Leyendas del lago Alumine
Se cuenta que Nguenechén decidió un día que Antú (dios del sol) y Puyén (diosa de la luna) fuesen marido y mujer y en su nombre reinaran sobre la Tierra.
Cumpliendo con los designios de Nguenechén, se los veía siempre juntos marchar por el espacio.
Luego de pasado un tiempo, Antú se volvió desamorado y caprichoso, Puyén le reprochó su injusto proceder y Antú reaccionó indignado y le propinó un golpe en la cara. Este altercado provocó la separación de los dioses. Desde ese momento él sigue como único astro del día y dueño absoluto del universo, mientras Puyén recorre sola su senda , mostrando en el rostro las huellas de sus cicatrices. Así se la veía rondando por las noches, deteniendose en las nieves, filtrándose entre las frondas, besando tiernamente las mutisias y demás flores dormidas o recostada sobre las superficies de los lagos.
Un día Puyén, ansiando una reconciliación, decidió apurar su viaje y alcanzar a su inolvidable Antú antes de que este se ocultase para entregarse al reposo.
Cuando estaba por postrarse a sus pies, entre los arreboles del poniente, contempló a Antú besando apasionadamente al lucero de la tarde de quien se había enamorado. El dolor le provocó un llanto tan copioso, que una noche, sus lágrimas cayeron en la tierra del Neuquén y con ellas se formó el Lago Aluminé .
Lago y río tienen desde entonces la pureza y dulzura de la diosa.
Leyenda del Lago Lolog
Hace muchísimo tiempo, donde hoy se halla el Lago Lolog, había un lago muy pequeño rodeado por menucos y pantanos. Lo llamban Paila Có (agua tranquila) por la serenidad que siempre reinaba en él. Cerca de allí vivía una familia mapuche que tenía una hermosa hija que acostumbraba peinarse todos los días a la orilla del laguito.
Sucedió que una fresca mañana de otoño la jóven escuchó una voz que la llamaba desde el lago: – soy un joven rey y estoy solo en mis dominios, si vienes conmigo serás una reina rica y feliz.
La niña, hechizada, decidió seguir al joven de relucientes vestiduras y voz cautivante sin escuchar los gritos y ruegos de sus padres que la llamaban para que no los abandonara.
Después de un año de lo acaecido, la jóven apareció en la ruca (casa) de sus queridos padres ataviada con ricos vestidos y joyas de oro y plata. – ¡No estén tristes! – les dijo – Yo soy feliz y cada año vendré a verlos, pues lo único que me falta es el cariño de ustedes. Ahora tengo que irme.
El padre desesperado, tomó fuertemente a su hija para impedir su partida, diciéndole- ¡ No te dejaré ir sin nosotros, eres nuestra única hija!
De repente, se escuchó un fuerte temblor y un viento huracanado se llevó a la muchacha. Al mismo tiempo, la ruca fue uniéndose al menuco junto a los angustiados padres.
El lago se fue agrandando hasta llegar a lo que hoy es el Lolog. Allí en el fondo están aún viviendo felices, con su hija de larga cabellera y el joven rey.
Cuentan los pobladores más antiguos, que en los días muy calmos se puede observar a través de las profundas aguas transparentes, la vieja Ruca y sus felices moradores.
Y que si alguna vez, añorando su querida tierra verde, suben a la superficie para recordar, el lago se estremece y se desencadenan tormentas que sacuden las tranquilas aguas.
Nadie se atreve a acercarse al Lolog y menos navegar por sus aguas.