Lo que menos importa es el nombre

importa-nombre_CLAIMA20151128_0012_39Polémica. Desde sectores no kirchneristas se pidió rebautizar el Centro Cultural Kirchner. El autor de esta nota también lo exigió. Ahora explica que no es necesario porque es un lugar vacío de contenido.

Por VICENTE PALERMO (Revista Ñ)

Centro Cultural Néstor Kirchner. El culto a la personalidad es uno de los motivos del pedido de cambio de nombre de este espacio.

En un pasado ya algo remoto, en el que no abrigaba la menor expectativa de que el kirchnerismo pudiera llegar a perder las elecciones presidenciales, me llegó vía redes sociales una de esas peticiones que mucho han circulado, que exigía el cambio de nombre del Centro Cultural Néstor Kirchner. La invitación me agarró con la guardia baja, en uno de esos momentos de desaliento y hartazgo que nos atacaron frecuentemente a los críticos activos del kirchnerismo. Me pareció lógica la exigencia y la firmé. Odio el empleo del patrimonio público para la exaltación de personas, vivas o muertas, debido al sesgo claramente partidista, y de imposición populista y netamente reñida con el espíritu republicano. Era exactamente eso en lo que se había incurrido al bautizar así al antiguo Palacio de Correos. Así que firmé, y volví a la lucha tranquilo, pero no más esperanzado. Ahora que el kirchnerismo ha perdido, y su elenco gobernante se va, considero aquella firma un error retroactivo y lo reviso públicamente. Un error retroactivo es de difícil fundamentación lógica: ¿sabía yo, acaso, que el kirchnerismo iba a dejar tan pronto el gobierno? Porque si no hubiese sido así, yo habría firmado la petición otras tres veces. Creo que algunos lo considerarán alevoso: estoy diciendo que mi acuerdo o desacuerdo con que el CCK se llame como se llama, depende de que el kirchnerismo esté en el poder (en ese caso está muy mal) o fuera de él (en ese caso aunque no me guste lo puedo tolerar). Tengo varios motivos para pensar que se puede dejar ese nombre y es conveniente hacerlo.

Primero, el aspecto formal-legal. Desperté cierta indignación cuando anticipé mi postura a este respecto porque, me dijeron, bautizar edificios públicos de ese modo es ilegal: tienen que transcurrir diez años del fallecimiento del homenajeado. Probablemente así lo disponga la legislación de la ciudad, pero creo que no estamos frente a ese problema: no se trata de poner ilegalmente el nombre, se trata de no sacarlo. Absteniéndose de cambiar el nombre, no creo que ningún funcionario viole la ley. Segundo, la persistencia de ese nombre en el centro cultural expresa, según veo, que nos hacemos cargo de la dolorosa historia reciente, y que los que de un modo u otro contribuimos a derrotar al kirchnerismo, no hemos llegado para apagar esa historia, que no nos ha gustado, por supuesto, pero ha sido, y es. Esa parte de nuestra historia está todavía viva, y aunque nunca un centro cultural público debería haber sido bautizado así, de hecho lo fue, lleva esa marca y llevar nosotros esa marca, lejos de sembrar la discordia, o fomentar un desprecio por los valores republicanos, nos ayuda a vincularnos mejor con esa historia, que no debemos meter bajo la alfombra u olvidar. Tercero, mantener el nombre es una forma de dialogar con los kirchneristas aquí y ahora, y demostrar que somos capaces de proceder de un modo en que, tal vez, sus jefes no habrían procedido. Y un modo de señalizar que nadie quiere revanchas, nadie quiere, en el plano simbólico, de enorme relevancia, actuar como si tuviese razón (aun creyendo que la tiene), como si viniese a poner las cosas en orden una vez finalizada la parranda de los bárbaros. Soy del grupo de los que ya en 2003 nos pusimos en contra del kirchnerismo y mantuvimos esa posición, y no me parece que la “unión de los argentinos” (por la que el presidente electo ha prometido trabajar, y que debería ser pluralista y republicana) se entienda bien con un acto de apagamiento simbólico tan potente (y arrasador) como cambiar el nombre del CCK. Se me ha dicho que hay decenas, centenas, de edificios que llevan el nombre del presidente muerto o lo que es peor de la presidenta viva. Pero este no es un buen argumento: esos edificios están en las estructuras federales del país y allí debería debatirse qué hacer con ellos. Justificar así el cambio de nombre de un nuevo emblema nacional, de un edificio representativo de primer nivel político cultural, como es este centro cultural, creo que es “racionalizar” una decisión que nos gusta, más bien emocional.

Quienes propenden al cambio de nombre lo hacen desde ángulos distintos, pero uno de ellos llama vivamente mi atención: el culto a la personalidad. Visité por primera vez el CCK hace muy poco, y lleno de prevenciones. Encontré muchas cosas, que hacen de este centro el epítome del kirchnerismo como apogeo del peronismo en su fase plebeya. Claro, encontré un cierto “lujo asiático”, un dispendio sin mesura de recursos públicos en la construcción de una obra esencialmente incongruente con la Argentina de hoy. Nada inédito en la historia política de nuestra arquitectura: el Teatro Colón es a los sueños de la grandeza argentina oligárquica, lo que el CCK es a los sueños de la grandeza argentina plebeya del kirchnerismo. Ambos casos, parafraseando a Malraux, expresan la capitalidad de un imperio que nunca existió. Hoy al Colón lo queremos y ya no hay que ser tan gente como uno para ir, está integrado a la ciudad de un modo muy diferente, y debería suceder lo mismo con CCK en el futuro, aun con su nombre maldito. También encontré, si me dejo guiar por mis criterios estéticos, bastante mal gusto, por ejemplo en esa ballena enlatada, siempre en el camino de una desmesura plebeya que la calidad acústica no alcanza a justificar. Encontré la obvia manipulación política tan frecuente en todo el mundo. La exaltación rara y recortada de un relato y de su protagonista (sin mucho de CFK), algo bastante sobrio –como si el plebeyismo por lo directamente político no hubiese pasado. La sala NK no está tan mal, sesgada obviamente, con espejos que incluyen al visitante y pastitos (¿alguien esperaría que se evocara la 1050?). Pero, en suma, del famoso culto a la personalidad, nada. La estética K era (o es) algo peligrosa, precisamente por lo proclive que es a estetizar la política, en términos de su expresividad plebeya. Pero es muy floja y me parece que esa labilidad está precisamente expresada en el mediocre resultado del CCK. El peronismo tuvo siempre estéticas poderosas, pero el gran esteta de estos años ha sido Daniel Santoro, y uno puede dormir tranquilo, porque su estética reifica, el presente es absorbido por el pasado, y ese pasado es el de dioses muertos. No encaja bien en el plebeyismo K, pero este queda algo vaciado, vacío como la ballena del CCK.

Vicente Palermo es politólogo y ensayista, fundador del Club Político Argentino.

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