«No he causado sufrimiento a los hombres, no he matado ni ordenado matar, no he blasfemado de los dioses….»: son algunas de las declaraciones que componen el maravilloso texto de la Confesión negativa, parte a su vez del Libro de los Muertos, una obra muy extensa destinada a guiar a los difuntos en el camino hacia el más allá.
Es inevitable asociarlas a los Diez Mandamientos de Moisés -se acaba de estrenar aquí la versión película de la exitosa serie brasileña que, más allá de las licencias históricas y religiosas en que incurre, confirma el atractivo de la historia bíblica- y preguntarse por las posibles influencias de este texto en el «Príncipe de Egipto».
Como siempre, hemos trasladado estas inquietudes al profesor Sergio Prudencstein, quien nos viene asesorando en materia de Biblia e historia. Especialista en Medio Oriente y docente en la Universidad de Belgrano, Prudencstein es autor, entre otros de Moisés, la verdadera historia (Ediciones Fortnel, 2016), un muy interesante trabajo en el cual alude a un hecho poco resaltado de la historia egipcia: la herejía monoteísta de Akenatón y su posible influencia en Moisés y en el judaísmo. En un Egipto politeísta, irrumpe un reformador religioso que decide adorar a un solo dios creador de todo lo que se mueve sobre la tierra y lo que vuela en el cielo…
Si la Biblia tiene razón y Moisés era octogenario cuando se enfrentó al faraón y sacó a su pueblo de Egipto, sus años juveniles coinciden no con los de Ramsés II sino con los -muy breves- de esa herejía monoteísta, cuyos rasgos esenciales expone Prudencstein en esta nota. Además, cita un interesante y polémico trabajo de Sigmund Freud sobre Moisés.
Más abajo pueden leerse sus respuestas a las consultas de Infobae así como el texto completo de la Confesión egipcia y de los Diez Mandamientos.
Queda por decir que, si bien no se puede establecer un vínculo directo entre ambos textos, sí debe analizarse esta Confesión negativa como la expresión del clima moral de la cultura en la cual, según la propia Biblia, se formaron los líderes hebreos -y Moisés en particular- que protagonizaron el Éxodo de su pueblo y su Pacto con Yahvé, el único Dios.
Lo que resulta extremadamente interesante es la carga social de varios de estos «mandamientos» egipcios; entre otras cosas, el difunto debía decir: «no he hecho trabajar en mi provecho con exceso»; «no he maltratado a mis servidores»; «no he privado al indigente de su subsistencia»; «no he permitido que un servidor fuese maltratado por su amo»; «no he provocado el hambre»; «no he tratado de aumentar mis dominios empleando medios ilícitos», etcétera.
Se revela también la dimensión del poder sacerdotal: varias de estas confesiones negativas aluden al respeto hacia el patrimonio de los templos: «no he disminuido la porción de las ofrendas», por ejemplo, o «no me he apoderado del ganado perteneciente a los templos de los dioses» o «no he robado los panes de los dioses».
Esta confesión, con forma de declaración jurada de inocencia, debía ser pronunciada por el difunto al llegar a la presencia de Osiris, tras un largo recorrido subterráneo sembrado de peligros y obstáculos a sortear, luego un laberinto y finalmente alcanzar la Sala de la Doble Verdad. Era allí donde Osiris, dios de los muertos, pesaba el corazón del difunto en una balanza; del otro lado, una pluma. Así de ligero de pecados debía llegar el hombre ante este dios para poder acceder al Más Allá.
Los Diez Mandamientos no son el único tramo de la Biblia con reminiscencias del Libro de los Muertos. En el capítulo 31 de Job, también se alude a una balanza para pesar los pecados, cuando éste hace su descargo: «Si anduve con mentira, / Y si mi pie se apresuró a engaño, / Péseme Dios en balanzas de justicia, / Y conocerá mi integridad.»
A continuación, las explicaciones de Sergio Prudencstein:
—¿Qué es la confesión negativa del Libro de los Muertos de los egipcios?
—Si bien las formas más antiguas del Libro de los Muertos vienen del tercer milenio antes de Cristo, la obra se fue reestructurando hasta los días de la reina Cleopatra (69-30 a.C.). Cada tanto se le agregaban nuevas fórmulas y conceptos. Uno de los más profundos fue la confesión negativa. Ahora bien, una vez que ciertos procesos históricos terminaron conformando los primeros gestos del dominio de Occidente en el contexto global, el libro completo fue olvidado, sencillamente desapareció. Sólo gracias a la expedición a Egipto por parte de Napoleón llegó a las manos de Jean-François Champollion, el primer traductor de jeroglíficos de la historia, un ejemplar del Libro de los Muertos, en 1822. Así como había hecho con la Piedra de Rosetta, comenzó a traducirlo un año antes de su muerte. Gracias a él, había surgido al fin la verdadera egiptología. Una explosión de conocimiento invadió a quienes se interesaban por Egipto. Lepsius acuñó el título de la obra hacia mediados del siglo XIX. Los trabajos de Naville y Budge, de 1886 y 1889 respectivamente, fueron desde entonces los más consultados. En esa época llamaron al fragmento del libro «Capítulo CXXV, donde el difunto dice palabras en su favor». Sólo más cerca de nuestro tiempo en la egiptología surgió la definición más correcta de «confesión negativa», ya que, al leer cada frase, resultaba fácil observar que todas ellas comenzaban con un «no». De lo cual se deduce que si el difunto hablaba a su favor, indicaba no haber cometido una serie de pecados que para los egipcios eran terribles. Dentro de este breve contexto, deberíamos recordar, por supuesto, las tan analíticas apreciaciones que nos dejó sobre el tema el celebérrimo egiptólogo argentino Abraham Rosenvasser. Si alguien quiere profundizar en el tema puede consultar por ejemplo Las ideas morales en el Antiguo Egipto, un trabajo de 1972.
—¿A qué dios (o dioses) va dirigida? ¿Qué uso se le daba?
—Iba dirigida al dios que presidía el Juicio de los Muertos. Su nombre era Osiris, rector y juez del más allá, que pesaba en una balanza el corazón del muerto, es decir «la memoria genuina del hombre», contraponiendo su peso moral al de una pluma ligera y pura. El objetivo era ver si sus acciones coincidían con la confesión que el espíritu del muerto iba pronunciando mientras este proceso se llevaba a cabo. La idea era saber de memoria los preceptos de la confesión a fin de satisfacer al dios. Si en algún momento el orante se veía traicionado por algo que confesaba, la pluma ganaba peso en la balanza y se le cerraba la entrada al Campo de los Bienaventurados. Osiris en definitiva era también el dios de la resurrección y permitía llegar al difunto a las puertas del Paraíso, un lugar muy parecido a la idea del más allá que comparten tanto el Islam como el cristianismo.
—¿Cuál es su posible vínculo con los Diez Mandamientos? ¿Pudo haber inspirado a Moisés?
—La mayoría de los mandamientos de Moisés están incluidos en la Confesión Negativa. Como ya adelantamos, la oración lleva semejante título porque aquel que recita estas palabras, dice cosas tales como «no he cometido crímenes, no he matado ni ordenado matar, no he blasfemado, no he nombrado a los dioses en vano». El origen de esta especie de «plegaria legal», se ubica exactamente entre el Segundo Período Intermedio y el Imperio Nuevo. Es una de las pocas fuentes para entender las formas de la moralidad en el Egipto Antiguo y se hizo muy popular desde 1550 en adelante. Incluso parece no haberse prohibido durante los días del rey iconoclasta Akhenatón, que arrasó con todo lo que le recordara al politeísmo anterior a su época.
—¿Creció Moisés en el ambiente creado por una época de herejía monoteísta en Egipto?
—Muy probablemente. Pero, como añadido a este tema, es fundamental reflejar la verdadera edad que Moisés tenía al momento del éxodo judío y tratar de revalorizar los hechos más sobresalientes del anecdotario asentado en el Antiguo Testamento. «Moisés tenía ochenta años y Aarón tenía ochenta y tres años cuando hablaron con Faraón» (Éxodo 7:7). Si lo que la Biblia dice es o no verdad, sólo Dios podrá determinarlo. Lo cierto es que la historia asegura que si el Éxodo existió, tuvo lugar en los primeros tiempos del reinado de Ramsés II. Por lo tanto debemos instaurar los ejes fundamentales de la vida de Moisés, para deshacernos de la imaginería contemporánea que muestran el cine y la literatura. Entonces, si la Biblia asegura que el héroe de los hebreos se enfrentó al faraón y «abrió las aguas del mar» siendo ya de 80 años, la lógica retrospectiva que nos lleva a los días de su nacimiento, centra la acción en la dinastía hereje (respecto del tradicional politeísmo egipcio), que adoró a un solo dios. En conclusión, si Moisés nació en Egipto, tuvo que ser en plena herejía, es decir, en el período monoteísta.
—Brevemente, ¿qué fue esa herejía y qué rasgos de la misma se hallan luego en el libro del Éxodo?
—Muchos pensamientos similares al saber mosaico, se manifestaron en el corazón de la literatura egipcia siglos antes de la redacción de la Biblia. Aparentemente existió en la antigüedad un proceso de evolución que dejaría su huella en muchos aspectos que impregnaron al primer judaísmo. Durante las últimas décadas, la arqueología interpretaría estas construcciones como una señal para abandonar la posibilidad de ver en el monoteísmo mosaico una verdadera revelación. El rey Akhenatón (*), yendo en contra de todas las costumbres egipcias, instauró el monoteísmo como la religión oficial de su imperio (1353 – 1336 a.C.). El poema de adoración a este dios cuyo nombre era Atón, tiene un párrafo fundamental que nos afecta a los hombres de todas las épocas y religiones, y que dice: «¡Oh Dios Único! / Creaste la Tierra según tu deseo, tú, solitario, / A todos los hombres, el ganado y los rebaños; / Cuanto existe en la tierra que anda sobre sus patas, / Todo lo que hay en el cielo que vuela con sus alas, / Las tierras de Siria y Kush, /La tierra de Egipto. (**)
—¿Puede asimilarse a este dios único Atón con el Yahvé de los hebreos?
—La imagen final de este dios se parece mucho a la del Dios de Israel. De alguna manera, la idea central de la religión de Akhenatón, perduró y tal vez sea la más fiel prefiguración de todos los monoteísmos subsiguientes. Pero el reinado de Akhenatón duró sólo unos 17 años. Lo sucedieron una serie de reyes confusos hasta que su pequeño hijo llegó al poder con el nombre de Tutankhamón. Igualmente la influencia herética de la familia de su padre se mantuvo hasta 1325 a.C., cuando la religión se abolió completamente tras lo que en nuestros días entenderíamos como un Golpe de Estado. Subió precisamente al poder un rey llamado Horemheb y que eligió como heredero único a Ramsés I, nombre con el que la historia comienza a cerrar.
—¿Qué otras influencias de Akenatón -más allá del monoteísmo- pueden detectarse en Moisés?
—Respecto a los detalles que Moisés podría haber tomado del faraón herético para incluirlos, repetirlos o recrearlos simbólicamente en el éxodo, Sigmund Freud, de manera bastante sugestiva, escribió un libro muy controvertido desde los días de su edición, titulado «Moisés y la religión monoteísta», que últimamente ha sido revalorizado por egiptólogos tan notables como el alemán Jan Assman. Compara en sus páginas la religión de Moisés y la del llamado rey hereje, utilizando argumentos muy serios. Simplificando el discurso del «padre del psicoanálisis», en resumen señala cómo y por qué ambos eligen adorar a un único dios y necesitan, por supuesto, de un único líder distinguido además por esa misma única divinidad que se les reveló a ambos en ausencia de otras personas, específicamente en un sitio tan solitario como el desierto. Por otro lado ambos se imponen ante el pueblo atribuyéndose el lugar privilegiado que tiene un profeta. Entre tantas otras cosas, la destrucción del becerro de oro resulta una interpretación bastante fiel de la típica actitud iconoclasta llevada adelante a partir del quinto año del rey Akhenatón.
Texto completo de la Confesión Negativa
¡Salve, dios grande, Señor de la Verdad y de la Justicia, Amo poderoso: heme aquí llegado ante ti! ¡Déjame pues contemplar tu radiante hermosura! Conozco tu Nombre mágico y los de las cuarenta y dos divinidades que te rodean en la vasta Sala de la Verdad-Justicia, el día en que se hace la cuenta de los pecados ante Osiris; la sangre de los pecadores, lo sé también, les sirve de alimento. Tu Nombre es: «El-Señor-del-Orden-del-Universo-cuyos-dos-Ojos-son-las-dos-diosas-hermanas».
He aquí que yo traigo en mi Corazón la Verdad y la Justicia, pues he arrancado de él todo el Mal.
No he causado sufrimiento a los hombres.
No he empleado la violencia con mis parientes.
No he sustituido la Injusticia a la Justicia.
No he frecuentado a los malos.
No he cometido crímenes.
No he hecho trabajar en mi provecho con exceso.
No he intrigado por ambición.
No he maltratado a mis servidores.
No he blasfemado de los dioses.
No he privado al indigente de su subsistencia.
No he cometido actos execrados por los dioses.
No he permitido que un servidor fuese maltratado por su amo.
No he hecho sufrir a otro.
No he provocado el hambre.
No he hecho llorar a los hombres, mis semejantes.
No he matado ni ordenado matar.
No he provocado enfermedades entre los hombres.
No he sustraído las ofrendas de los templos.
No he robado los panes de los dioses.
No me he apoderado de las ofrendas destinadas a los Espíritus santificados.
No he cometido acciones vergonzosas en el recinto sacrosanto de los templos.
No he disminuido la porción de las ofrendas.
No he tratado de aumentar mis dominios empleando medios ilícitos, ni de usurpar los campos de otro. No he manipulado los pesos de la balanza ni su astil.
No he quitado la leche de la boca del niño.
No me he apoderado del ganado en los prados.
No he cogido con lazo las aves destinadas a los dioses.
No he pescado peces con cadáveres de peces.
No he obstruido las aguas cuando debían correr.
No he deshecho las presas puestas al paso de las aguas corrientes.
No he apagado la llama de un fuego que debía de arder.
No he violado las reglas de las ofrendas de carne.
No me he apoderado del ganado perteneciente a los templos de los dioses.
No he impedido a un dios el manifestarse.
¡Soy puro! ¡Soy puro! ¡Soy puro! ………»
Los Diez Mandamientos
(Exodo 20 – Biblia Reina-Valera 1960)
Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.
No tendrás dioses ajenos delante de mí.
No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.
No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.
No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.
Acuérdate del día de reposo para santificarlo.
Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas.
Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó.
Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No hurtarás.
No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.
No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.
NOTAS
(*) Neferjeperura Amenhotep, también conocido como Amenhotep IV o Amenofis IV, fue el décimo faraón de la dinastía XVIII de Egipto. Reinó de 1353 a 1336 a C.
(**) La versión utilizada del Himno a Atón: The Rock tombs of El Amarna, VI. Egypt Exploration Fund, N°18, de Davies y Norman de Garis, 1908 –se encuentra hoy una edición en la Biblioteca Rosenvasser, Academia Argentina de Letras.