Los cuentos de los hermanos Grimm cumplen 200 años

La obra fundacional de literatura tradicional infantil «Cuentos para la infancia y el hogar», escrita por los célebres hermanos alemanes Jakob y Wilhelm Grimm, cumple 200 años de su publicación. «Si tomamos la Biblia y los cuentos de los Grimm encontraremos reunidos todos los motivos de la literatura universal. Sus relatos y adaptaciones están entre los libros más vendidos del mundo y no pasa una noche en todo planeta sin que alguien les lea a sus chicos uno de sus cuentos.», dijo Stefan Hüsgen, director del Goethe-Institut Buenos Aires.

«Los cuentos están en casa, en todas partes», decían los Grimm casi como un vaticinio inocente y sin imaginarse que, en efecto, la colección de sus relatos es el libro más veces impreso después de la Biblia, traducido a más de 160 lenguas y desde 2005 es parte de la herencia documental de la Humanidad protegida por la Unesco.

También considerados los padres de la filología alemana, Wilhelm y Jakob Grimm, junto con Karl Lachmann y Georg Friedrich Benecke, fueron los iniciadores en 1838 del «Deutsches Wörterbuch», el máximo diccionario en lengua alemana terminado recién en 1971, y autores de la Deutsche Grammatik («Gramática alemana»).

Clásicos como «Hansel y Gretel», «La bella durmiente» y «Blancanieves» perduran en el imaginario colectivo occidental y continúan siendo inspiradores, incluso como materia prima de reversiones -de disímil calidad- en la pantalla gigante. Sólo este año se estrenaron dos adaptaciones de Blancanieves y se espera el filme de La bella durmiente.

Para Olga Drennen, escritora y compiladora de la edición de los cuentos tradicionales publicado en Argentina por Long Seller, la fascinación por el cuento popular se debe a que es «una de las formas más antiguas de literatura que decodifica temas universales. Uno de ellos es el sentido natural de la justicia que resulta satisfecho porque la bondad se recompensa y el mal se castiga. El orden se restaura y sobreviene un final feliz».

Jakob Grimm (1785-1863) y su hermano Wilhelm (1786-1859) nacieron en la localidad alemana de Hanau (en Hesse). A los 20 años, Jakob trabajaba como bibliotecario y Wilhelm como secretario de la biblioteca. Antes de llegar a los 30, ya sobresalían gracias a sus publicaciones.

El mayor se interesó por la literatura medieval y la investigación científica del lenguaje, mientras que Wilhelm se inclinó por la crítica textual y literaria, pero ambos eran obsesivos por el estudio del folclore y la filología.

Según Drennen, estudiosa de los hermanos, los Grimm fueron niños felices y despreocupados hasta la muerte de su padre cuando «conocieron la pena y la pobreza», situación que describen casi de forma palpable en muchos de sus relatos.

La angustia familiar se agravó en 1808 cuando su madre murió y la ciudad de Kassel, donde vivían, fue invadida por Napoleón. De esta circunstancia histórica, sumado a que la infancia no era un concepto en la organización social, se desprende que «la primera edición de los `Cuentos…` no fue para niños», dice Drennen.

Los Grimm, durante la época de recopilación, sobrevivían y mal con una sola comida al día, lo que explicaría «el por qué de que muchos de sus personajes sufren de hambre». A pesar de esta situación, ambos eran escuchas de los relatos que familiares y campesinos les contaban en su largos paseos por la ciudad.

La tarea monumental de los Grimm estuvo dividida: mientras Jakob «estaba obsesionado por el método científico y de recopilación», Wilhelm -más creativo- se encargó de la elaboración de los textos que se publicaron en dos tomos, cuenta Drennen. La edición final de 1857 contenía un total de 239 narraciones.

Para las publicaciones posteriores, los Grimm modificaron los relatos para suavizar los contenidos crueles y violentos. «Recibieron críticas y los enmendaron», aclara la escritora.

«El concepto de infancia no existía. Los chicos que escuchaban estas leyendas narradas por adultos se sentían identificados con esos personajes débiles y muy exigidos pero que finalmente superaban la fragilidad y las adversidades y terminaban como príncipes y princesas. Esto es que lo hizo que estos cuentos se instalaran en la infancia», dice la especialista.

En estos clásicos, la lectura central se sitúa en «el débil contra el fuerte, se lee la dicotomía justicia e injusticia y perduran por esto y por la identificación que suscitan temas como el amor, la valentía y la cobardía».

La astucia es otra clave para entender la fascinación que generan los Grimm. En el cuento «Elsa, la lista», «la muestran como tonta, pero era muy viva. A ella, que era una niña mimada, la casan con un hombre que tenía una granja y la lleva a trabajar. Un día huye de la opresión del marido. De tonta, ni un pelo», indica Drennen.

O como el pícaro cuento de «El lobo y los siete cabritos» donde «un antihéroe -la vieja cabra- vence a su poderoso oponente -el lobo- mediante un ardid y la trampa ingeniosa».

La perpetuidad de estas narraciones atrae también por el rasgo común de las jóvenes protagonistas de «Blancanieves», «La bella durmiente» o «Rapunzel» donde todas «luchan para superar dificultades y salirse con la suya», incluso sortear el eterno estereotipo de la figura usurpadora de la madrastra.

«El mito deja su impronta en todos lados», dice Drennen, sobre la correlación mítica germana con las figuras griegas de Ulises y las náyades. Jakob, que también era mitólogo sabía esto. «Los mitos germanos como el héroe Sigfrido y la Ondina (bella ninfa acuática) aparecen en muchos de los cuentos, como ‘La ondina y el mar'».

Los Grimm bucearon en los archivos del imaginario universal literario, mítico y de leyendas y lo supieron compilar.

Este gran arsenal de cuentos populares que incluyen mensajes, metamensajes, símbolos y con la llegada de la modernidad instrumentos de moral, fueron la materia prima de estos hombres, que inscriptos en el Romanticismo, descifraron la complejidad humana. (Télam)

 

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