FUENTE: BBC Mundo
Nuestros sentidos pueden decirnos dónde estamos, qué estamos haciendo y cómo es el mundo que nos rodea. Hasta ahí, todo muy bien. Pero, ¿será que nuestro sistema sensorial nos dice algo sobre quiénes somos?
Uno podría pensar que el sentido de identidad reside en el ámbito de la filosofía, más que en el de la neurociencia. Sin embargo, la ciencia sensorial juega un papel importante a la hora de responder a las preguntas de ‘¿quién eres? y ¿cómo lo sabes?’.
Tenemos un sentido de nosotros mismos fuerte… pero, ¿dónde está?
Solíamos pensar que teníamos 5 sentidos y esos eran fáciles de ubicar: los ojos, la nariz, la boca…
Sin embargo ahora se piensa que tenemos 33 sentidos, y el de identidad depende de dos sentidos de los que quizás no habías oído hablar: el sentido de agencia y el sentido de propiedad.
Un sencillo experimento para marcar la diferencia
Recoge algo que tengas cerca a ti.
Quizás porque está unido a tu cuerpo, porque estás acostumbrado a usarlo…
Y, ¿quién recogió el objeto? ¿Tú? ¿Cómo sabes que fuiste tú quien lo hizo?
Quizás porque eres la única persona presente o porque eres tú quien lo tiene en la mano.
Aunque todo esto parezca absurdo, hay dos sentidos actuando en esta situación.
El primero es el que los neurólogos llaman sentido de propiedad: el sentido que tenemos del cuerpo físico que nos pertenece, el que podemos ver y sentir, tu cuerpo.
El segundo es el sentido de agencia: la sensación de que los movimientos que haces son los que querías hacer, de que tú estás en control y puedes decidir qué hacer y cuándo.
Cuando fallan
Cuando estos dos sentidos funcionan como esperamos, su trabajo combinado provee un fenómeno unificado continuo que fascina a los neurocientíficos pero que el resto de nosotros ni notamos.
Sin embargo, estos enigmáticos sentidos no son infalibles, y cuando alguno falla, le ocurren cosas extraordinarias a una de las experiencias psicológicas más fundamentales que experimentamos: el sentido de sí mismo.
En los años 70, los neurocirujanos empezaron a usar una nueva técnica para ayudar a pacientes con epilepsia severa.
Cortaban el cuerpo calloso, el haz de fibras nerviosas más extenso del cerebro que permite a los dos hemisferios comunicarse.
La técnica resultó muy efectiva con respecto a la epilepsia, pero luego notaron unos inesperados efectos secundarios.
Algunos pacientes sentían que una mano -usualmente la izquierda- ya no era de ellos. Estaban sufriendo de una disrupción en su sentido de propiedad. Lo llamaron «síndrome de la mano ajena» o SMA.
Otros pacientes empezaron a ver que sus manos se movían independientemente, se estiraban y agarraban cosas sin que ellos quisieran. Habían perdido el sentido de agencia. Lo llamaron «síndrome de la mano anárquica».
Aunque tu cerebro esté sano
El sentido de quienes somos puede enredarse, confundirse y nos puede separar de la realidad.
Y le puede pasar a cerebros sanos también, a veces deliberadamente, por medio de meditación intensa, a veces sin intención, por falta de sueño e incluso como consecuencia del consumo de drogas.
«Estaba en el cuarto de una amiga en la universidad, escuchando música, extremadamente privada de sueño -estaba divirtiéndome mucho como para dormir- y fumé un poquito de marihuana», recuerda la psicóloga y memeticista Susan Blackmore.
«De pronto, empecé a sentir que estaba cayendo por un túnel. Nunca había escuchado de las experiencias de túneles y el término ‘experiencias cercanas a la muerte’ ni siquiera se había inventado».
«Era como un túnel de árboles y hojas y había un sonido como el de caballos al galope. Iba cada vez más rápido hacia una luz muy distante que me atraía. Una de mis amigas me preguntó: ‘¿Dónde estás Sue?'».
«Por un momento no sabía. De repente, mi visión se aclaró. Estaba viendo desde arriba la escena en la habitación -con mis amigas y yo en ella- y le contesté: ‘Estoy en el techo‘».
Esa asombrosa experiencia extracorporal marcó su vida personal y su trabajo de investigación, cuenta Blackmore.
«Una de mis amigas me preguntó si podía ir al otro cuarto y lo hice. Debo decir que al otro día me enteré de que no había otro cuarto, pero todo fue muy convincente».
«Volé por todo Oxford y fui hasta el mar, donde me convertí en una especie de página que flotaba sobre las olas. Fue la sensación más peculiar que recuerdo».
«Y luego ya no tenía cuerpo: era simplemente un punto de vista que podía moverse con mi sentido de agencia. Iba a donde quería ir», dice la psicóloga.
¿Pura ilusión?
«Pienso que las experiencias extracorporales son ilusiones generadas por alteraciones del sentido de identidad», señala el neurobiólogo Colin Blackemore quien, cabe anotar, no es familiar de Susan Blackmore.
«Lo que nos indican es que existe ese sentido del yo y que precisamente por ser un sentido puede distorsionarse como todos nuestros otros sentidos».
Pero, ¿será que el yo, eso que somos, no es más que una ilusión?
«En los últimos años hemos hecho estudios muy interesantes induciendo ilusiones extracorporales valiéndonos de la realidad virtual», responde Susan Blackmore.
En uno de ellos, los participantes tenían un casco con una pantalla en la que veían lo que les mostraba una cámara que estaba dos metros detrás de ellos: es decir, su propia espalda.
«Cuando acariciabas sus espaldas, veían una espalda siendo acariciada y al mismo tiempo sentían la caricia. Y eso tiene el extraordinario efecto de hacerlos sentir que la caricia está ocurriendo donde ellos están mirando en vez de ahí mismo en su propia espalda», cuenta la psicóloga.
«¡Es tan divertido tener todas esas formas de burlar la mente ahora!», exclama.
¿Qué pasa cuando dejas tu cuerpo?
«Si estimulas cierta parte del cerebro -la unión temporoparietal en el lado derecho-, que es donde se construye mucho del sentido de identidad, puedes producir experiencias extracorporales».
«Por eso, varios científicos -como Olaf Blanke, quien descubrió este efecto- piensan que esas experiencias son producto de trastornos en esa parte del cerebro».
«Así que parece que la experiencia extracorporal es una falla de tu cerebro«.
¿Y en su opinión?
La experiencia extracorporal de Susan Blackmore en los años 70 fue tan poderosa y tan convincente, que dedicó el resto de su vida académica y profesional a tratar de probar que era real: que el alma o el yo o el astrocuerpo realmente podía abandonar el cuerpo físico.
«Supongo que podría resumir 45 años de investigación diciendo que partí de una experiencia que me convenció de que yo soy un espíritu o un alma que viviría para siempre y que soy más importante que este cuerpo temporal, al polo opuesto».
Sus pesquisas le demostraron que «nuestro asombroso y astuto organismo crea una ilusión sobre un ser interior que realmente no existe«.