Mapuches y Estado chileno: Mirar atrás para mirar adelante

227890224 de diciembre de 1869: parlamento en Hipinco entre Cornelio Saavedra, cerebro de la ocupación chilena, y las tribus costinas y abajinas. Dibujo de Manuel José Olascoaga.

La «cuestión mapuche» encuentra siempre formas de reemerger. En estas páginas, un recorrido por investigaciones y reflexiones vertidas en libros que ayudan a entender un conflicto de larga data. Informe del diario La Tercera.

Pasó en octubre de 2014. The Clinic entrevistaba a uno de sus columnistas, Fernando Pairicán Padilla, a propósito de la aparición de su libro Malón. La rebelión del movimiento mapuche, 1990-2013.  Doctorando en historia por la Usach y tercera generación de mapurbe -mapuche urbano]- en Santiago, Pairicán abogaba por la creación de “espacios de poder político para los mapuche”, quienes, prosiguió, “deberíamos votar por nuestra autonomía”. Como en Escocia.

Proclive, como se le lee en el libro, a la autodeterminación, la “descolonización”, la “mapuchización” y al “militantismo mapuche”, el autor validó en la entrevista “el diálogo entre las partes”. Lo que no hizo, ni se hace normalmente, fue hablar con los lectores en línea. Pero estos últimos lo hicieron entre sí.

Uno de los lectores/posteadores, que se presenta como abogado penalista, planteó que “el problema es que en Escocia hay escoceses y en la región mapuche el 90% es chileno”. Y otro lo secundó, acto seguido: “Escocia existe; la nación mapuche, no”. Antes de que pase media hora, el último recibe una respuesta: “Nación es el conjunto de individuos que comparte una cultura, vivencias ancestrales (sic), etc. Por lo tanto, la nación mapuche sí existe; lo que no existe es una soberanía o estado”. Y así siguió.

Que el diálogo nunca hará daño es una obviedad, pero menos evidentes resultan las condiciones y los términos en que éste puede producirse. Pensando en el presente de las relaciones entre los mapuches y el Estado Chileno, con sus signos de de violencia y de extendida inquietud, lo que no se discute es su necesidad. Tampoco, a estas alturas, que el conflicto es multiforme y de larga data, por lo cual hace falta poner investigación, reflexión y argumentación sobre la mesa.

Hace falta, en principio, “insumo histórico”, y hay donde ir a buscarlo. Puede tratarse de un mapuche como Pairican, que hace historia del tiempo presente desde “la rebelión del movimiento autonomista”, o de un huinca como Sergio Villalobos: por décadas, el premio Nacional 1992 estudió el mundo fronterizo y en tiempos recientes se ha prodigado en denostar públicamente toda validación de la “causa” indígena, arguyendo que la asimilación operada desde el Estado ya hizo su tarea y que chilenos somos todos, cual más, cual menos.

Herencias del XIX

Si el “conflicto mapuche” y lo mapuche en general se han visibilizado, no es sólo por el minutaje televisivo dedicado a episodios de violencia atribuidos a -o reivindicados por- grupos mapuches o pro mapuches. Hay un campo cultural en el que lo mapuche puede ser cool, que en parte fue la idea del programa de cable Kulmapu, de Pedro Cayuqueo. O puede reivindicarse desde el propio Estado, como testimonian las oficinas del Registro Civil, en Providencia o en Valparaíso, donde la señalética se ofrece en castellano y en mapudungún. El orgullo identitario se ha manifestado en el espacio público.

El escenario es otro, se podría decir, pero en ciertos puntos no es tan distinto del que hubo. Eso que fue, después de todo, reverbera en lo que está siendo y repercute en lo que será.  Muchos chilenos ignoran globalmente cómo es que esta historia llegó a ser la que es, o derechamente no les preocupa el punto. Otros han heredado de mediados del siglo XIX una mirada despectiva donde la “raza heroica” de La Araucana mutó en una etnia “degradada por el alcohol”, que solicita reparaciones injustificadas.

Y otros, los menos, han buceado en un devenir marcado por la violencia y la asimetría, pero donde también ha operado el entendimiento: lo hubo en la Colonia a través de un sistema de “parlamentos” que, aun fallidos, posibilitaron cada tanto la paz. Y lo hubo incluso después de que los mapuches, mayoritariamente, apoyaran en la guerra de independencia a los mismos españoles con quienes había desarrollado un sistema económico beneficioso para ambas partes.

Es cierto que muchos historiadores del XIX y el XX, matriculados con la construcción de una nacionalidad moderna, compacta y homogénea, prestaron poca atención a la milenaria presencia aborigen, tanto al norte como al sur del Bío Bío. Ante sus ojos, así como ante quienes por décadas elaboraron manuales escolares, la ocupación militar de la Araucanía ordenada por el Estado (1866-1881) fue el triunfo del progreso y la derrota de la barbarie, en nombre de un futuro civilizado.

Estas visiones fueron cuestionadas desde el minuto uno, pero a los libros de historia tales cuestionamientos, así como el giro en la mirada y en el discurso, llegaron mucho más tarde. Lo hicieron, por ejemplo, con la seminal Historia del pueblo mapuche. Siglos XIX y XX (1985), de José Bengoa. El autor, proveniente de la filosofía y la antropología, se asumió huinca y escribió lo que define como “una historia acerca de la intolerancia” en el espíritu de “quien defiende el derecho de un pueblo a ser soberano”.

El trabajo de Bengoa se desplegó luego en Historia de un conflicto (1999), que tras sucesivas reediciones, emergió en 2014 aumentado y con otro título: Mapuche, colonos y el Estado Nacional. Los colonos, extranjeros y nacionales, tienen un lugar en esta ecuación y en muchos casos, afirma el autor, resultaron tan perjudicados y empobrecidos como los mapuches tras la ocupación.

En lo último, y no sólo en ello, coincide Jorge Pinto, premio Nacional de Historia 2012. En La formación del Estado y la nación, y el pueblo mapuche (2000), este discípulo de Villalobos plantea que “el Estado y la nación que construimos en el XIX no admitió ni la diversidad ni el respeto por formas culturales alejadas de la racionalidad occidental. Convencidos que la unidad nos haría fuertes, uniformamos un país y una ‘chilenidad’ que aplastó nuestras expresiones culturales más ancestrales y debilitó nuestra identidad”.

No ha sido ésta, ni por lejos, la última palabra, aunque da cuenta de un interés que amplía su abanico: allí donde el conservador Gonzalo Vial Correa admitía en sus últimos años una “deuda” con el pueblo mapuche, ahora hay quienes piensan el pasado desde el Wallmapu, o nación mapuche,y están lanzados a ver de qué está hecho.

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