¡Matemos a la belleza!

Koons en Versalles.

La belleza no tiene que ser un espectáculo complaciente. La belleza puede ser terrible y devastadora. Si presenciamos los Retratos de la Locura o los muñones mutilados de las pinturas de Gericault; las pinturas de la Finca del Sordo de Goya; el buey abierto en canal de Bacon, inspirado en el de Rembrandt, presenciamos belleza sin imágenes reconfortantes. La belleza es un acercamiento a la obra y a la realidad, no es un tema. La belleza es una demostración de talento y de inteligencia, de sensibilidad y de búsqueda creadora. Las pinturas de Lucian Freud son portentosas, son bellas y no buscan la visión de algo agradable. El arte contemporáneo, que está imposibilitado para crear belleza, ha pervertido este logro de la inteligencia y la sensibilidad humana para empatarlo con el kitsch y con lo bonito.

Yayoi Kusama.

Lo bonito, no es bello, el kitsch es vulgaridad.

Las obras de Jeff Koons, de Murakami, los grandes alardes tecnológicos de Jenny Holzer, los cuadros de mariposas de Hirst, los lunares de Yayoi Kusama, buscan ser decoración, apegarse a los más digerido, comercializado y vendible de la estética fácil de la tienda de regalos, del objeto desechable de consumo masivo. Este objeto, de existencia efímera, está en el rubro de lo bonito y lo amplifican en dimensiones, precio y publicidad para llamarlo arte. Esta perversión de lo que significa la belleza ha creado un gran desprestigio para la palabra bello. Es un anatema en el arte buscar la belleza, alcanzar un estado estético en el que el objeto artístico supere todas las visiones que tenemos de lo real para darnos algo extraordinario. Las obras se van a los extremos, o son abyectamente zafias y llevan a la galería desde las imágenes obscenas de la prensa amarillista, excrementos, basura y animales muertos o se lanzan a la banalidad absoluta y recrean el kitsch más inmediato, pero pasan de largo por la belleza. A esa, ni se acercan. Y estas piezas de gran tamaño, de presencia monumental ocupan en los museos, las ferias y galerías el lugar que tendría que ocupar una obra bella.

Takashi Murakami.

En esto juega un papel fundamental el contexto del museo o la galería, los objetos de Koons y las mangas de Murakami, los lunares de Yayoi Kusama, sin el marco institucional que da un museo no se podrían apreciar como arte. Son objetos publicitarios, decorados de un escaparate, adornos de un parque temático, pero el museo los hace arte. Lo preocupante es que por un lado el rechazo a la belleza y por otro el enaltecimiento de la vulgaridad kitsch están llenado ese vacío que provocaron con la negación de la belleza. En las salas del Palacio de Versalles en Francia han expuesto obras de gran formato de varios artistas como una propuesta a lo que, se supone, es la estética de nuestro siglo. ¿Por qué decidieron que la belleza de hoy era vulgar, sin implicaciones intelectuales y emocionales, sin contenido y superficial? Argumentos especulativos les sobran a los teóricos y a los curadores, pero es evidente el motivo real es que sus artistas son incapaces de crear algo bello.

Joana Vasconcelos.

En estas inmensas salas está hoy la obra de la artista portuguesa Joana Vasconcelos. Son enormes piezas de carnaval realizadas con colores chillantes. Las salas de Versalles lucen como un gran desfile de carros alegóricos y piñatas que cuelgan de los techos. Esta demencial muestra del mal gusto, por si fuera poco, tiene discurso con carga feminista, las obras están construidas con tapones y toallas sanitarias, con sartenes y tejidos, materiales, que, según Vasconcelos, demuestran sus ideas sobre la condición femenina. Versalles aguanta eso y más, el edifico es magnífico y por eso pueden intervenir sus salas con trabajos esperpénticos. Pero lo que es destacable es que la proliferación de la vulgaridad es una fijación como lo es la marginación de la belleza. Las artes plásticas (pintura, dibujo, escultura, grabado) que han buscado esa belleza que con conmueve porque nos dimensiona como seres inteligentes y sensibles, porque nos enfrenta con nuestras miserias y nuestras alturas, fue denigrada porque se suponía que el desencanto social no daba lugar a manifestaciones de este tipo. El arte tenía que denigrarse si la sociedad se degradaba. El arte ya no era una opción para demostrar que el oprobio no puede dominarlo todo.

Joana Vasconcelos.

La realidad es que tenemos, en muchos aspectos, una sociedad mejor cada vez: ya no morimos de peste, las comunicaciones avanzan, la medicina mejora las expectativas de vida, el conocimiento es masivo, y, en cambio, nunca habíamos tenido un arte tan fácil y banal. Es decir, mientras las comodidades sociales aumentan el arte empeora. ¿Por qué cuando las sociedades han sufrido guerras, enfermedades y desastres sus artistas han creado grandes obras? ¿Por qué dejaron de ser conscientes de que para crecer necesitamos de la belleza porque es una forma de rodearnos de una aspiración superior, inteligente, luminosa? Una obra zafia y obscena como la exposición escatológica de detritus nos degrada tanto como la pretensión de que algo kitsch sustituye a la belleza. Lejos de lo trágico, lejos de lo sublime, inmersos en su mediocridad.

Joana Vasconcelos.

Texto de Avelina Lésper, crítica de arte mexicana.

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