Jennifer Lawrence, en un momento de ‘Los juegos del hambre: Sinsajo.
No hay peor alianza para la calidad que la formada por el fundamentalismo literario-cinematográfico que acompaña a las grandes sagas juveniles y la comercialidad a ultranza, el estiramiento hasta lo indecible de los beneficios económicos de un producto que quizá en su esencia, y en su inicio, tuviera un cierto esplendor, pero que a base de hinchazón queda convertido en simple hipertrofia. Los fanáticos no es que demanden fidelidad, es que exigen literalidad. Y los productores, conscientes de que no pueden desencantar a su legión, aprovechan la petición estirando al máximo el contenido. El resultado es Los juegos del hambre: Sinsajo. Parte 1, alrededor de la cual no parece difícil imaginar una conversación en un despacho con la siguiente frase: “Si Peter Jackson ha convertido un libro de apenas 300 páginas, El Hobbit, en tres películas, ¿por qué no vamos a poder hacer nosotros dos películas de Sinsajo, tercera novela de la trilogía de Los juegos del hambre, si tiene más de 400 páginas?”.