Fue uno de los poetas más importantes de la Argentina. Ganó el Cervantes en 2007. Supo hacer alta poesía con palabras comunes, como casi nadie, y llegar al corazón de millones. La lucha política y la búsqueda de su nieta, las marcas de su vida.
Había decidido matar a la derrota y había dejado el compromiso por escrito: “Te nombraré veces y veces./me acostaré con vos noche y día./noches y días con vos./me ensuciaré cogiendo con tu sombra./te mostraré mi rabioso corazón./te pisaré loco de furia./te mataré los pedacitos./te mataré uno con paco./otro lo mato con rodolfo./con haroldo te mato un pedacito más./te mataré con mi hijo en la mano./y con el hijo de mi hijo/muertito./voy a venir con diana y te mataré./voy a venir con jote y te mataré./te voy a matar/derrota/nunca me faltará un rostro amado para matarte otra vez.” Así había prometido, cuando terminaba la década del 70, cuando tantos rostros amados (Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Haroldo Conti) ya estaban bajo tierra, cuando el hijo ya había sido desaparecido. Así se había parado frente a la muerte Juan Gelman, que era poeta, que era militante, que usó las palabras como una palanca para mover las piedras del secreto. Con belleza las usó y eso las hizo eficaces. O tal vez fuera la eficacia su belleza. Juan Gelman, ese poeta argentinísimo, porteñísimo, murió ayer a las 16.30 hora de México, donde vivía. En los papeles dirá que sufría un síndrome mielodisplásico, una forma de leucemia. Su nieta Macarena, que nació en cautiverio y fue recuperada gracias a la acción de Gelman y de su primera mujer, Berta Shuberoff, viajaba anoche desde Uruguay para participar del velorio, que se hará hoy a las 9 en el DF. Gelman tenía 83 años. Nadie se atreva a hablar de derrota.
Gelman había nacido en Buenos Aires, para ser exactos, en la Villa Crespo judía e inmigrante.
“Pertenezco a una familia judía de origen ruso. Soy el único nacido en la Argentina”, contó alguna vez. Lo acunaron en ruso, con el hermano recitando versos de Pushkin. “Han pasado más de sesenta años pero todavía recuerdo algunos, sin saber el idioma”, contaba en 1996. Los versos y la política se le harían carne desde chiquito. El padre había estado en la Argentina y volvió a Rusia atraído por el triunfo de la Revolución, en 1917. Pero “el destierro de Trotsky marcó para él el fin de la esperanza. El pequeño espacio democrático se había acabado”.
Se hizo de Atlanta, leyó, creció, estudió en el Nacional Buenos Aires, entró al Partido Comunista.
A mediados de los ‘50, en el país gobernaba la dictadura de Aramburu y Gelman fundaba, con Juana Bignozzi, José Luis Mangieri y otros, el grupo Pan Duro. Querían hacer “poesía en armas”. Querían poesía política, popular, con aires de tango. Desde ahí salió, en 1956 su primer libro: Violín y otras cuestiones.
“A través del poeta, porteño, nacional, muy nuestro, se ve al ciudadano del mundo”, definía Raúl González Tuñón en el prólogo. El libro empezaba casi con un deseo: “¡Quién pudiera agarrarte por la cola/ magiamanfasmanieblapoesía!
” Un par de años después llegó El juego en que andamos, un libro con poemas de amor, con versos a Roberto, Antonio, Juan, Esteban, que “ bajo sus nombres de albañil/ se fueron de la vida ”, con una descripción del juego que es la vida: “Si me dieran a elegir, yo elegiría/ este amor con que odio,/esta esperanza que come panes desesperados./Aquí pasa, señores/que me juego la muerte ”.
En 1962 salió Gotán, un libro clave, un manifiesto desde el título “al vesre” que arranca con un poema de amor que sacude hormigones y que arranca “Esa mujer se parecía a la palabra nunca” para cerrar “Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,/con un cuchillo brusco me maté,/voy a pasar la muerte tendido con su nombre,/el moverá mi boca por la última vez ”. Y hay Cuba en ese libro y hay Fidel: “ fidel es un país/yo lo vi con oleajes de rostros en su rostro” . El, que se iría al exilio algo más de una década, decía entonces: “Hay que aprender a resistir./ Ni a irse ni a quedarse, a resistir,/ aunque es seguro/ que habrá más penas y olvido” .
Mucho después, el mexicano Carlos Monsiváis escribiría que “La obra de Juan Gelman es un ir y venir entre las atmósferas de todos los días y la reflexión sobre la escritura poética”. Su amigo Francisco Urondo había dicho que la poesía de Gelman hacía pensar en alguien que silba lejos. Con el paso del tiempo y de los libros se fueron definiendo rasgos por los que ese silbido se reconoce de lejos: hace un fraseo coloquial, puede usar muchos diminutivos, puede romper la sintaxis y torcerle la conjugación a un verbo hasta hacerlo regular.
En octubre de 1967 escribió Pensamientos, allí hablaba del Che Guevara: “El comandante Guevara entró a la muerte/ y allí andará según se dice” , escribía y dejaba clara su ruptura con el PC, que había ocurrido en 1964: “pero/ahora nomás/el comandante Guevara entró a la muerte/ y allá andará según se dice/ pregunto yo/ ¿quién habrá de aguantarle la mirada?/ ¿ustedes momias del partido comunista argentino?/ ustedes lo dejaron cae r/ ¿ustedes izquierdistas que sí que no?/ ustedes lo dejaron caer.
” Para entonces, ya era un militantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, peronistas-guevaristas. Y de ahí pasaría a Montoneros.
Amenazado por la Triple A, sale del país en 1975 como una especie de embajador de Montoneros.
Nunca volverá a vivir en el país. Su exilio lo llevó a Roma, a Madrid, a Managua, a París, a Nueva York y a México. Trabajó como traductor de la Unesco.
En 1976 desaparecieron su hijo y su nuera, lo que marcaría su vida. Se ha dicho de sobra que no hay palabras para nombrar a quien pierde un hijo, pero el poeta la buscó: “deshijándote mucho/deshijándome”, escribió en 1980.
En 1982 murió la madre; Gelman estaba exiliado, no podía volver, no pudo conseguir un pasaporte falso. En 1989 escribiría versos en los surcos de ese desgarro: “ vos / que contuviste tu muerte tanto tiempo / ¿por qué no me esperaste un poco más? / ¿temías por mi vida?” En el año 2000 ganó el Premio Juan Rulfo y en 2007, ese Nobel de las letras en castellano que es el Cervantes. Cuando se lo dieron mencionó a Marina Tsvetaeva: “La gran poeta rusa aniquilada por el estalinismo, recordó alguna vez que el poeta no vive para escribir. Escribe para vivir”, dijo, hablando de sí mismo, claro.
El año pasado le preguntaron cuál era la palabra representaba a los argentinos. “Boludo”, dijo el poeta, coloquial hasta el fin.
Hay más libros, más poemas, todos con la tristeza amable que llevaba en los ojos. Lo creman mañana.
Por Patricia Kolesnicov (diario Clarín)