Acaba de concluir la edición número 32 de este clásico que se hace todos los años en Corrientes. Más de 300 músicos pasaron por el escenario logrando que los bordes territoriales se unan en música y danza latinoamericana
Fiesta Nacional del Chamamé
La memoria es como un río. Con afluencias, caudalosa o de sedimentos. Por eso la frase es recordada no sólo aquí, en el litoral, sino en todo el país:
“Si la Argentina entra en guerra… la república de Corrientes la defenderá”.
El dicho, menos de chovinismo provincial que de picardía y elegancia, es ejemplar del mayor festejo de la provincia de Corrientes y alrededores: la 32ª Fiesta Nacional del Chamamé. Que a su vez es la 18ª Fiesta de Chamamé del MERCOSUR y su 2ª Celebración Mundial. Leído de corrido, de lo local a lo global, esta danza y música podrían ser motivo de conflagración mundial.
Pero nada más lejano que la armonía y la unión que traen la ribera y este folklore único: por eso el chamamé fue declarado de “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad” por la UNESCO en 2020 (distinción única que en la Argentina sólo comparte con el tango y el fileteado porteño). Esta es la fiesta. Y Corrientes, la capital mundial del chamamé.
Un breve repaso, si es que alguien dudara de la enorme importancia del género en nuestra historia nacional: desde los años 20 y 30 afincó una comunidad correntina, misionera y chaqueña en barrios industriales de la Ciudad de Buenos Aires y sus orillas industriales como el Dock y Barracas, a orillas del Riachuelo, que oían y sobre todo componían chamamé. El chamam, fue acaso desde sus comienzos para el migrante interno, como el tango para los hijos de los inmigrantes europeos.
Tránsito Cocomarola, que murió en Buenos Aires, pasó muchos años perfeccionando su estilo al bandoneón en la capital del país. Ernesto Montiel, Isaco Abitbol y el conjunto Santa Ana fueron pilares en la música masiva nacional. Ya desde los años 60 la figura de Ramona Galarza, hasta la consagración de Mercedes Sosa, significó acaso la figura de la canción más querida del país. Ramón Ayala hoy es un faro para compositores tanto del rock como de la música folk o acústica. E incluso los primeros discos de la negra Sosa y de Horacio Guarany estuvieron muy orientados a la música del litoral.
Para esta edición, cuyo lema es “Chamamé para un mundo nuevo”, pasaron casi 300 músicos por el anfiteatro Mario del Tránsito Cocomarola. Sede principal cuyo nombre se debe al famoso bandoneonista y chamamecero correntino.
Julio Tomás Cáceres
Festival del chamamé y canción con todos
La grilla incluyó y suma a artistas imprescindibles, consagrados, semilleros, apellidos que suenan y futuros talentos. Antonio Tarrago Ros, el trío Garupá que homenajea el repertorio de Ramón Ayala, el Ballet oficial de chamamé, Gabriel Cocomarola (nieto de Tránsito), Orquesta Folclórica de Corrientes, Teresa Parodi, Chango Spasiuk y su grupo, Las voces de Asunción, Luiz Carlos Borges, Nahuel Pennisi, Chingoli y Mario Bofill, Las hermanas Vera, Rudi Flores Trío, Los Núñez, Mateo Villalba, Matías Galarza y la orquesta chamamecera, Santiago Bocha Sheridan, Franco Luciani y Victoria Birchner, Ernestito Montiel Y Su Cuarteto Santa Ana, Los De Imaguaré…
Coronan esta edición ensambles, solistas, dúos y orquestas que provienen de Corrientes, Buenos Aires, Chaco, Santa Fé, Entre Ríos, Formosa y hasta de Paraguay y de Brasil. El chamamé, ciego a la triple frontera y lo contrario a una división política, es más bien una fusión donde los bordes territoriales se unen en música y danza latinoamericana.
Hogar familiar, fiesta, baile y juventud: el anfiteatro Cocomarola
—¿Vas al “Coco”?
Así contestará un chofer si uno le indica el destino al estadio sede de la Fiesta del Chamamé: el anfiteatro Mario del Tránsito Cocomarola. Queda en el barrio Mil viviendas y según cada día (casi todas las noches estuvieron agotadas) la cola puede tener varias cuadras. En el vecindario hay puestos de sopa paraguaya y chipá (imperdibles los sándwiches y pizzas correntinas hechas con masa de chipá), choripan asado en caña de tacuara y bebidas. Las familias que no pudieron entrar disfrutan desde el jardín de alguna casa o en el boulevard. Se arriman las sillas para oír lo que no llegarán a ver. Acaso no importa: el sapukay se escucha igual.
Adentro la cantidad de público hace casi imposible moverse. Pero hay algo, o varios, que sí lo logran. Están vestidos de diferentes maneras, los une la edad, el lenguaje (el del folklore pero también el de su tribu): adolescentes. Ellos eligen como punto de encuentro de la noche la Fiesta. Su tiempo para bailar, charlar o no hacer nada. El chamamé como punto de encuentro: aquí los jóvenes hacen la consabida “previa”.
En el anfiteatro “el Coco” el chamamé se vuelve tangible, literal: en el gauchaje bien empilchado de bombacha, sombrero y poncho al hombro, en la vestimenta de todos los días y en los que usan gorritas con una palabra tejida al frente: “chamamé”. Pero lo más literal y ubicuo del chamamé en este escenario, y en estas tierra religiosa y de devoción por el Gauchito Gil y la virgen de Itatí, es algo que no se ve en otros eventos. Ni Cosquín, ni Lollapalooza o el Mundial de Tango: lo protagoniza una tarima, paralela al escenario donde bailan todos.
Un verdadero escenario paralelo construido para la danza. Suben las parejas y el baile no es profesional, pero de ninguna manera improvisado o amateur. O lo es en el origen francés de la palabra: amateur como amadores de baile del chamamé. Suben y se turnan los adolescentes, las parejas de toda la vida, las amigas que se quieren. Hay baile de trenza y alpargatas, de hot pants y de traje y corbata. Se arquea la cintura, los hombros bajan y dos sonrisas se convierten en una a través de ese “cheek to cheek” latino y de río. El cachete con cachete más sensual y vertiginoso del mundo.
Este escenario no está ni medio centímetro por debajo del escenario donde tocan los grandes músicos. La ecuación visual, la puesta en escena se disfruta y aprende fácil: baile y música van de la mano, ninguno más importante que el otro. Y es difícil (en Corrientes se enseña chamamé en las escuelas) decidir cuál de las propuestas disfrutar. Perifraseando a Discépolo, filósofo de esa otra que también depende del bandoneón, el tango, se podría decir que “el chamamé es un sentimiento alegre que se baila”
Karina La Princesita
Las lunas chamameceras: viernes 19
Una tradición del festival es la invitación a artistas contemporáneos de otros géneros, pero con la condición (aunque más que una condición parece la naturaleza contagiosa del chamamé) de que también toquen repertorio chamamecero. El miércoles fue el turno y debut de Zoe Gotusso, artista no completamente alejada del folklore, pero sí de una génesis más indie o pop.
Monarca de la cumbia, el viernes el crossover y cruce de géneros estuvo en la voz de Karina La Princesita. El público no contuvo su entusiasmo por la cantante oriunda de Buenos Aires que luego de un repertorio de clásicos del chamamé regaló clásicos como “Corazón mentiroso”. El truco de Karina es sencillo pero efectivo: luego de una cumbia que hace bullir al público, un chamamé clásico con todo. No falla y la fiesta no para.
Luego fue el turno del acordeonista Raulito Alonso. La gente vuelve a bailar y a disfrutar de la destreza de los músicos de Alonso. Pero lo mejor aún está por venir: Mario Bofil. Es el plato caliente de una noche que llegó a los 39′ de térmica en la ciudad de Corrientes.
Si el destino nos pusiera en la posición de explicarle a un norteamericano quién es Mario Bofil, sin dudarlo se podía invocar a Hank Williams, a cualquier artista del mundo que haga lo que también se conoce como folk. ¿Qué cosa? El sutil y gigante arte de contar historias. De pueblo, de ciudad, de (v)ida y vuelta y del campo a la capital. Leyenda viva del folklore, “Mario” es también el “payé”, esa magia y talismán de la región. Una añoranza, como cantaba María Elena Walsh, por la tierra de uno.
El anfiteatro está colmado, los aplausos no paran y Mario se presenta junto a su hijo, Chingoli, que también hace de presentador. En ese diálogo de padre e hijo, hay también algo de charla entre diversas generaciones de gente del litoral. Mario canta y narra. Historias personales, sentimientos a flor de piel, nostalgias por madres del corazón, abuelas rurales legendarias. A la voz la acompaña la sístole y diástole del acordeón, núcleo y pulmón de cada historia.
El público se sabe las letras, incluso adelantándose al bardo litoraleño. No faltan “Viva la Pepa” y “Requecho”. Con ésta y su estribillo acompañado por todos, el “Coco” retumba: “La vida da muchas vueltas y en cada vuelta un amorrrrrrrrrrrr.” Aún no es el fin de esta luna, pero habrá pasado una de sus figuras mayores. Si hasta el cocacolero detuvo su andar envuelto en sudor para escuchar a Mario.
Zoe Gotusso
Gardel es uruguayo, el Martín Fierro brasilero: el chamamé es mundial
—¿Cómo se dice chamamé en portugués?
—Chamamé…
Simple y preciso, el que responde mate en mano, es uno de los brasileños que más sabe del género. Paulo de Freitas Mendonça, uno de los presentadores oficiales de la Fiesta de Chamamé. Locutor de radio y televisión, payador, poeta, periodista, compositor e investigador del folklore, también es director y editor del periódico cultural “JORNAL DO NATIVISMO”.
—¿Cómo se le explica a alguien lo que es el chamamé en Brasil?
—El chamamé tiene dos cunas importantes: Río Grande do Sul, que se ubica dentro de una corriente musical que llamamos nativismo. Los riograndeses producen constantemente chamamé, junto con otros géneros como habanera, ranchera o milonga. Es un movimiento de cultura gaúcha (N del R.: el gentilicio popular y para los habitantes del estado de Río Grande del Sur y su cultura folklórica). El otro estado chamamecero es Mato Grosso do sul, cuya cultura es la del “pantanal”, de vida y el trabajo con el ganado y del hombre a caballo.
—¿Hay diferencias entre el chamamé argentino y el brasilero?
—Si, sobre todo en el baile. El argentino baila más con el corazón, según lo que siente, improvisa y se deja llevar por los sentimientos. En Brasil las parejas bailan casi siempre de la misma forma. Pero también para nosotros es también una música de raíz. Es que los riograndenses somos más parecidos a los argentino que con Brasil.
—No debe faltar el poema del gaucho Martín Fierro en varios hogares de esas regiones.
—Por supuesto. Y es probable que José Hernández haya empezado a pensar el Martín Fierro en Santana do Livramento, donde estuvo exiliado. Le cuento una causalidad única: uno de nuestros más grandes folkloristas, Paixão Côrtes, nació en la casa donde vivió José Hernández. Y claro, Hernández fue argentino, pero al Martín Fierro también lo sentimos nuestro los brasileños del sur.
Y concluye Freitas Mendonça: “Los riograndenses somos más parecidos a los argentinos que al resto de Brasil. Y nos sentimos muy cercanos a los correntinos”.
Así como hay teorías (bastante probables) de que Carlos Gardel, el hombre que universalizó el tango, haya nacido en Tacuarembó, Uruguay; no hay hasta el día de hoy pruebas concluyentes de que la redacción del Martín Fierro haya comenzado en el exilio brasileño de Hernández. Poco importa. La pasión y cariño por él clásico de la gauchesca explican una triple frontera que, valga el oxímoron, no tiene límites.
“José Hernández fue argentino, pero al Martín Fierro también lo sentimos nuestro los brasileños del sur.” Paulo de Freitas Mendonça, presentador oficial de la Fiesta del Chamamé.
Mario Bofil
Chamamé, espiritual y mundial
Así, la hermandad con el sur de Brasil es un hecho. Igual que con Paraguay. Y más aún desde 2004, año en que el guaraní se convirtió en lengua oficial alternativa en la provincia de Corrientes. Y luego el chamamé lanzado como grito sapucai al mundo, desde que en 2020 fue declarado “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad” por la UNESCO.
El San Martín de ese cruce cultural (la analogía no es haragana: fue en Yapeyú donde los Jesuitas escucharon por primera vez y fomentaron la música de los aborígenes) es colectivo. Esfuerzo de muchos que lograron que esta música, un bien cultural argentino, sea considerada universal. Pero hay un héroe que también tiene nombre y apellido: Miguel Angel Hildmann, ex-Embajador argentino en la UNESCO que logró llevar el chamamé al mundo.
Creáse o no, es la primera vez que Hildmann pisa Corrientes en su vida, para esta edición de la fiesta. Hildmann es cordobés y eso tal vez sea el origen de esta historia.
—¿Cómo se logró que el chamamé sea nombrado patrimonio de la humanidad?
—El cuarteto se presentó antes que el chamamé, pero por ciertos problemas técnicos de candidatura, no prosperó. Cada país presenta una candidatura por vez. Lo que pasa es que se suele pensar que el “patrimonio inmaterial” en algo así como “lo mejor de”, pero en realidad no es una competencia, se trata, en todo caso de “lo más representativo”. ¿El chamamé es mejor que la zamba o el reggae? En absoluto. En todo caso el objetivo es que un correntino pueda conversar musicalmente con un jamaiquino.
—¿Qué es lo que se evalúa para que gane un bien cultural nacional?
—La participación popular, que no sea algo de pocos, de élite o con fines comerciales directos. Pero no hay tal cosa como un premio. Debe ser un diálogo intercultural. Si el proyecto tiene tres objeciones, se abandona temporalmente. Se reconoció al pueblo de Corrientes, incluso antes de ganar, por ya haberse presentado el examen. La gran fuerza del chamamé es que se trata de algo más que música y danza: es espiritual. Y algo histórico: jesuitas y locales, entre herencia española y música nativa, respetaron gran parte de algo que no provenía de la iglesia, pero sí del espíritu. Algo por supuesto que a grandes rasgos no sucedió en la historia de la colonia y la conquista de América.
—¿Hay beneficios de ser un bien cultural mundial?
—Lo principal es que músicos y bailarines se sientan reconocidos. Es como decirles: “lo que estás haciendo es tan importante como un vals de Strauss”. La enramada, el boliche, la bailanta barrial, es tan importante como la Ópera Garnier. Sólo cambia el ámbito, porque la cultura es diferente.
“La gran fuerza del chamamé es que se trata de algo más que música y danza: es espiritual”. Miguel Angel Hildmann, ex-Embajador argentino en la UNESCO.
Milagros Caliva
Las lunas chamameceras: viernes 20 y sábado 21
A pocos días del final de la fiesta, el público no mengua. Todo lo contrario. Sigue quedando gente afuera, ¿quedará chico “el Coco” y su capacidad de 10.000 personas para el próximo festival?
El jueves Jorge Guedes y familia, de Brasil, interpretaron una panzada de clásicos, repertorio de Tránsito Cocomarola a Ramona Galarza. Los Nuñez (una discografía impecable editada por el sello Los años Luz) no tuvo lo mejor de sí en un horario ya tardío y acaso con una puesta sonora que, para una propuesta sofisticada como la de ellos, pide un espacio menos expuesto.
La Delegación de Santa fe, hizo gala de ballet, músicos extraordinarios (entre varios, el pianista Joel Tortul, verdadero “animal” pianístico anfibio que bracea del folklore al tango y el jazz) y la certeza que chamamé es canción del litoral y canción fluvial. Tradición global y local que puede rastrearse a miles de kilómetros, desde el río Misisipi en EE. UU. al Paraná de las Palmas. Ese algo que une el delta blusero con una gema de Fito Páez como “Parte del aire”: “Música de grillos del paraná / Cada enero nuevo se hacía escuchar”.
La bandoneonista Milagros Caliva, ya un clásico de hace muchos años en el festival, también es una artista para seguir muy de cerca o seguir haciéndolo. Su presentación con un cantante holandés también nos habla del big bang chamamecero.
“Este festival es mi casa – cuenta Milagros, música y docente de la Escuela de Música de Avellaneda – Como mujer jóven hay que batallar bastante. Yo trato de traer otras propuestas, siempre con mucho respeto por la tradición. El chamamé, como la sociedad, no está totalmente deconstruido pero va en ese camino. El chamamé puede ser más o menos regional, pero yo trato de hacer música para todos. Todo lo que se baila, también se puede escuchar. Y viceversa.”
Fiesta Nacional del Chamamé
22 de enero: última noche y cierre de la fiesta chamamecera
Entre el festejo, el baile y ya una sensación de fin de fiesta, Los Alonsitos fueron el último gran destacado de la fiesta correntina, litoraleña argentinos (¿y del mundo?). Provenientes de los 90 (un poco más grandes que Los Tekis), parte de lo que se denominó el movimiento de folklore joven, Los Alonsitos siempre conectaron el chamamé con las generaciones más jóvenes. Hubo mucha interacción con el público a través de los clásicos de sus discografía.
Otras figuras destacables del final fueron la paraguaya Myrian Beatriz y del programa Talento argentino, Diego Gutierres. Un bandonoenista que demuestra que TV y folklore tradicional pueden ir de la mano. sin ayuditas de música pop. Y Los Sena, representantes de un chamamé denominado “maceta”: tradicional, básico en cuanto a arreglos, pero letal y sin fisuras. Esta legendaria familia del chamamé, dió un recital cardíaco, goteando sangre sudor y lágrimas en un espectáculo que fue un torbellino de rejuvenecimiento para un conjunto que lleva más de treinta años pisando escenarios.
Una, entre tantas sorpresas, Tierra Adentro, de Paraguay, con una puesta escena sonora y visual distinta. Lo más fuerte y esperado de estas noches fueron, la calidad virtuosa musical del acordeón de Gente de ley,
Santiago Bocha Sheridan, Ernestito Montiel y la estirpe del Cuarteto Santana (un gran bis final con Ernestito al acordeón) y Gisela Mendez Ribeiro jugando con ritmos brasileños que hicieron bailar a todos. Y por supuesto, Los de Imaguaré, con el patriarca y cantante Julio Tomás Cáceres, Compay Segundo subtropical que hizo bailar y emocionar al “Coco” entero.
Quedan artistas por subir y aún tiembla caliente la tarima de baile. Si la fiesta es lo individual, lo que se festeja con amigos y conocidos, en casa y en familia, y el festival es lo social y lo colectivo, esta fiesta del chamamé es ambos. Sin expulsar a ninguno. Si la nostalgia es porteña y argentina, la “saudade” es brasilera y la tristeza del blues es norteamericana, el “payé” es el sentimiento que, dicen los de Litoral, enamora a los que pisan su tierra. De noche, entre la música y la danza se siente más su embrujo. O como cantó Teresa Parodi para la posteridad: “Por el río volveré”. Porque, se sabe, la memoria es como un río. Y “la república de Corrientes la defenderá”.
Fuente: Infobae