¿Por qué el arte puede generar odio?

Charlie
El horrendo atentado en París vuelve a poner el foco en la difícil relación entre la cultura y -todas- las religiones.

Por Juan Ignacio Pereyra pereyrajuanignacio@gmail.com
El horrendo atentado en París contra la revista «Charlie Hebdo» desató una gran cantidad de preguntas. Una, amplia y útil como disparador, es por qué una expresión del ámbito cultural puede provocar tal grado de irritación como para desembocar en el asesinato de doce personas y todo el desastre que vino después.

«Estamos hablando de una barbaridad. Hay núcleos fundamentalistas en algunas religiones que se sienten agraviados. ¿Si la revista no tendría que haber sido más cautelosa con las caricaturas? A mi me parece que no. No veo cómo establecer un límite que diga que no se puede hacer nada que ofenda a Mahoma», planteó el director de Le Monde Diplomatique Cono Sur, el politólogo José Natanson, ante la consulta de «Río Negro».

El periodista argentino Hernán Campaniello, que vive en París desde hace 11 años, sostuvo que la cultura, en sus múltiples formas, sigue siendo el arma más efectiva para poder pensar la realidad de otra manera y denunciar el cinismo del mundo que habitamos. «A lo largo de la historia, la cultura fue el blanco de la ira de distintos integristas religiosos», comentó.

«Inspire», una revista de Al Qaeda, publicó en 2013 una lista de las nueve personas más buscadas por la organización paramilitar. Bajo la leyenda «Muertos o vivos por crímenes contra el Islam», figuraba Stéphane Charbonnier, el editor de «Charlie Hebdo» asesinado el pasado miércoles. Además, entre los enemigos aparecía el ensayista británico Salman Rushdie. El escritor pasó a la clandestinidad tras su novela «Los versos satánicos», que en 1988 enfureció a parte del mundo musulmán al entender que la figura de Mahoma había sido tratada de forma irreverente. También apuntaban contra dos dibujantes y dos editores. O sea, seis de los nueve buscados pertenecían al ámbito de la cultura. No había, por ejemplo, jefes de Estado.

El politólogo Iván Schuliaquier, que desde hace tres meses realiza en la capital francesa un doctorado en sociología en la universidad de La Sorbona, dijo a «Río Negro» que esta situación se puede explicar en la forma de entender la jihad por parte de movimientos islámicos radicalizados.

«Ellos consideran que uno de los mayores crímenes es blasfemar contra Mahoma. En ese marco, a los políticos se los considera representantes de sus países y en los discursos aparecen ligados a las políticas de sus Estados, a los que también tienen como enemigo. Ahí hay una focalización sobre las instituciones antes que sobre las personas, como sí se da en el caso de escritores, editores o dibujantes», señaló.

Por su parte, Natanson remarcó que hay una fuerte dimensión simbólica propagandística que los terroristas manejan con destreza. «Apuntan a blancos que pueden llegar y saben el impacto y la repercusión que van a lograr. No es lo mismo matar a un policía -cosa que también hacen- que a un escritor conocido o al líder de una revista», dijo el director de Le Monde Diplomatique Cono Sur. El politólogo subrayó la problemática que significa que una minoría como la musulmana -alrededor del 7 por ciento de los habitantes de Francia- no tenga una representación política con la que se pueda identificar. «Están a-representados. La derecha los combate y los quiere excluir, mientras que la socialdemocracia clásica no ha encontrado una forma de integrarlos», indicó.

Para el escritor y poeta Martín Rodríguez «una manifestación cultural en una sociedad moderna puede poner en crisis ciertos valores que en otros sectores de esa sociedad aparecen como estáticos, y esa es parte de la fantasía y los principios de nuestra modernidad: producir esa convivencia, regularla, Estados que dejan creer a sus ciudadanos, el ideal de repúblicas que garantizan burla y creencia, laicidad». En este caso la muerte de los periodistas tiene algo de matar al mensajero, que es aquel que hace uso de lo que la República garantiza: «La visión fundamentalista básica se podría reducir en que hay algo que es sagrado y que no se puede profanar. Como si desconocieran una esfera simbólica en donde las creencias de uno pudieran aceptar la existencia de las del otro», explicó. «A la vez, la velocidad de la misma sociedad occidental hace que sea al interior de ella en donde el mismo atentado promueva una herida reflexiva: y así se pudo ver en las redes sociales la irrupción torpe e inevitable de la palabra ‘contexto'».

Autor de varios libros de poesía («Agua negra», «Lampiño» y «Paniagua», entre otros), Rodríguez sostuvo que «los que dibujan una caricatura prueban un limite de lo tolerable y a la vez ignoran por completo que pueden tener una capacidad de daño porque ellos desafían la conciencia occidental, los limites de la tolerancia y el multiculturalismo antes que creer que su caricatura ‘ataca’ el islamismo. Es intraoccidental ese humor». El poeta, que condena por completo el atentado, hurga en el choque de dos visiones del mundo. «El atentado revela un aspecto global tanto como, también, una fractura social».

Las consecuencias de lo que pasó pueden ser múltiples. Schuliaquier dice que entre los componentes del atentado terrorista hay uno aleccionador, que castiga de forma ejemplificadora a quienes se salieron de lo permitido para su manera de entender su religión y la figura de Mahoma. «A partir de ahí podría existir mayor cuidado a la hora de publicar ciertas cuestiones. Sin embargo, por ahora la respuesta en la enorme mayoría de los medios fue la contraria: las caricaturas de Charlie Hebdo se replicaron en todo el mundo», señaló el autor del libro «El poder de los medios». Además, aseguró que en París ahora se vive con miedo y emerge la sensación de que ningún lugar es invulnerable. «Situaciones que eran vividas con cierta naturalidad, en estos días se viven con incertidumbre y mucho temor. También hay tristeza: los asesinatos en Charlie Hebdo implican una pérdida para muchos franceses que, junto con ellos, reflexionaron sobre distintas cuestiones de su sociedad y el mundo».

Campaniello coincidió en que hay miedo en París y opinó que el atentado resultará «un disparador para potenciar la libertad de expresión y el derecho a la provocación y el humor corrosivo que tanto le gusta a los franceses. Este hecho será referencia ante cualquier acto de censura o ataque a la libertad de expresión». El periodista dijo que los asesinados Charb, Wolinski o Cabu, dibujantes tan irreductibles como libertarios, se negaron a aceptar que los integristas pudieron callarlos. «Me gustaría creer -añadió- que la repercusión e indignación mundial que generó este atentado hará que cualquier integrista se lo piense un par de veces antes de atacar a la cultura»

 

FUENTE: Diario Río Negro

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