Por Javier Saavedra Valdés.
Nos ha tocado vivir en una época cuyo sello principal pareciera ser una creciente pérdida de certezas y seguridades que todavía la generación anterior daba tranquilamente por sentadas:
Primeramente tenemos la sensación de estar viviendo en un planeta frágil cuyo deterioro ecológico irreversible pudiera tener una fecha alarmantemente cercana; deterioro provocado por el ciego desarrollo de una civilización humana que no ha sabido ponerse límites a sí misma.
En segundo lugar tenemos la sensación de vivir en un mundo donde los proyectos utópicos para alcanzar sistemas sociales más justos parecieran haber expirado, habiendo sido sustituidos por una vana búsqueda de la felicidad individual fincada en el consumismo, es decir, en la adquisición de bienes y servicios orientada más a producir beneficios a las empresas que los producen que en satisfacer necesidades reales y genuinas en las personas.
Y por último, tenemos la sensación de estar viviendo en una sociedad en descomposición, donde a la eterna corrupción e impunidad se le ha sumado el progresivo aumento de la violencia y del crimen en unos niveles que nos hacen ser uno de los países más peligrosos del mundo; una sociedad donde por otro lado se agudizan más y más las diferencias sociales.
Estas situaciones dan lugar a sentimientos de mucha impotencia y desesperanza, y a la sensación de estar inmersos en una época irremediablemente declinante.
Se diría que los artistas tendríamos mucho que decir acerca del mundo que nos tocó vivir; se diría que es nuestro papel hoy más que nunca el incidir en el devenir de las cosas para contrarrestar tantas amenazas y tales retos.
Sin embargo, dentro de las artes plásticas, la mayor parte del arte predominante hoy en día –el autodenominado arte contemporáneo- me resulta demasiado frío y hostil, codificado e inaccesible y carente de calidad; un arte enclaustrado en un público minoritario y elitista, y por lo tanto ajeno para la mayor parte de las personas.
¿A qué se debe ésta situación, me pregunto?
En mi opinión, la causa de la existencia y predominio de éstas tendencias está precisamente en el hecho de que son un reflejo fiel y un apéndice de la sociedad a la que pertenecen, muy a pesar de la supuesta intención que manifiestan de ser un elemento de crítica y denuncia de dicha sociedad.
Si en nuestra sociedad las ideas de progreso e innovación son vistas como ideales indiscutibles, sin cuestionar demasiado sus consecuencias, se tiende entonces a generar un arte cuyo valor supremo es la novedad a ultranza; un arte que desdeña la acumulación de conocimiento que contiene toda tradición.
Si en nuestra sociedad vivimos bombardeados masivamente por los mensajes impactantes y efímeros de la publicidad y de los medios de comunicación, se tiende entonces a generar un arte cuya intención principal pareciera ser la de impactar, pero no la de trascender o permanecer; un arte de ver y tirar que desdeña la calidad y la belleza.
Si nuestra sociedad se ve progresivamente dominada por los grandes intereses económicos globalizados, se tiende entonces a favorecer un arte lucrativo dirigido y definido por una cúpula de expertos (curadores, críticos, galeristas y coleccionistas); un arte que necesita contar con elaborados discursos teóricos para generar valor y para darse a entender.
Se podría decir que éste arte así descrito es un arte digno de nuestro tiempo, ya que tan fielmente refleja la época a la cual pertenece, sin embargo, aunque predominante, se trata solamente de una tendencia entre otras, y el hecho es que cada uno de nosotros tenemos la capacidad de decidir hacia dónde dirigimos nuestro trabajo, independientemente de que todos estemos bajo la influencia del mismo entorno.
Opino entonces que la mejor elección que podemos hacer los artistas, no tiene que ver con hacer de nuestra obra un reflejo de lo que vemos a nuestro alrededor –por lo menos no necesariamente-, sino con el plantearnos cuál pueda ser nuestra contribución en términos de lo que percibimos que le pueda hacer falta a nuestro mundo; preguntarnos qué queremos favorecer con nuestro esfuerzo.
Y ésta es una cuestión que a mí me lleva a reflexionar acerca de cuáles son los valores o cualidades que hacen único al arte.
Cuando uno ve una película, cuando uno lee una novela o cuando uno acude a un concierto -por poner unos ejemplos-, uno espera encontrarse inmerso en una envolvente experiencia especial que nos aporte un enriquecimiento en nuestra sensibilidad o percepción del mundo; una experiencia que apelando a nuestros sentimientos y sentidos, nos conmueva.
Así entonces, independientemente de que el arte pueda compartir elementos comunes con otras disciplinas, me parece que lo que en última instancia lo distingue es el ser un medio de comunicación emocional por medio del cual las personas identifican y enriquecen sus propias vivencias, creándose de ésta manera lazos de empatía y unión entre ellas.
Teniendo en cuenta todas éstas consideraciones, opino que el tipo de arte que nuestra sociedad actual más necesita -en contraste con el que domina actualmente el panorama-, ha de ser un arte cálido y humano, abierto y accesible y comprometido con la calidad.
Por un arte abierto y accesible me refiero a un arte orientado a la creación de experiencias estéticas que conecten directamente con el público; un arte que no sea elitista, que hable por sí mismo, y por lo tanto, que no requiera de complicados textos conceptuales para hacerse comprensible.
Por calidad me refiero a ésa cualidad emergente que surge en una obra cuando ha sido elaborada con pasión, imaginación, paciencia y maestría. (Volviendo a los ejemplos de la película, la novela y el concierto, resulta que en éstos casos a nadie sorprende pensar que quienes hacen posible éstas experiencias deban ser consumados profesionales con un amplio dominio de las técnicas y recursos históricamente acumulados dentro de su oficio, pues son éstos mismos recursos los que hacen interesante y convincente dicha experiencia).
Por cálido y humano, finalmente, me refiero a un arte hecho desde el corazón; un arte que no busque tener un impacto específico en la gente; -que no busque agradar ni desagradar, aleccionar ni advertir, ser admirado ni ser recordado-, sino que intente ser simplemente una expresión honesta desde el fondo de uno mismo de todo aquello que personalmente nos impacte, nos maraville, nos asuste o nos conmueva. Solo así, creo, es que puede hacerse algo que sea verdaderamente sentido por otra persona.
Este tipo de arte ya existe dentro del panorama de las artes plásticas –siempre lo ha hecho-; Es simplemente que necesita ser reivindicado y defendido, pues entre otras cosas es el arte que en mi opinión mejor pudiera contrarrestar las amenazas y retos a que nos vemos enfrentados hoy en día, por ser el que más contribuye al desarrollo de valores como la empatía, la unión, la tolerancia y la comprensión entre las personas.