Emilia Mazer protagoniza «Buscando a Madonna», la pieza teatral que recrea la vida de una chica marginada que sueña con ser la estrella pop y que se verá en Cinco Saltos, Roca, Bariloche, Neuquén y Cipolletti.
La actriz Emilia Mazer trae su unipersonal «Buscando a Madonna, a Cinco Saltos, Roca, Bariloche, Neuquén y Cipolletti (ver aparte horarios y lugares).
La obra es una adaptación suya de la novela homónima que escribió Enrique Medina.
Su personaje es el de una adolescente marginada que tiene como modelo a la cantante pop estadounidense. Y así, la actriz traza un paralelo entre la realidad adversa que transita Lucy (que tiene 16 años) y sus sueños de ser otra persona distinta de la que en realidad es.
Mazer es una gran y sensible actriz de cine, teatro y televisión, que ha dirigido proyectos propios e independientes y desde hace más de una década dicta clases y seminarios de actuación en su estudio en Boedo.
Imposible olvidarla en sus principales papeles. Mazer ha protagonizado series, ciclo de unitarios y ha hecho destacados roles en telenovelas. En el inicio de su carrera filmó «Los chicos de la guerra» y «Sentimientos… Mirta de Liniers a Estambul», dos películas por las que siempre quedará en la memoria.
Otros trabajos en cine le valieron premios y nominaciones , igual que sus labores teatrales «Eva y Victoria», «Buscando a Madonna», «8 mujeres», «El diario de Ana Frank», «El protagonista», «Monólogos de la vagina», «El último de los amantes ardientes», «Romeo y Julieta», «Alta en el cielo»; «Las brujas de Salem».
En televisión actuó en «Hombres de ley», «Verdad Consecuencia», «Por ese palpitar», «Mujeres asesinas», «El elegido», «Gasoleros», «Poliladron», «Zona de riesgo», «Atreverse», «Nosotros y los miedos». Lo más chicos la recuerdan como la mamá de «Floricienta». Es también autora y directora teatral, y en 2000 inauguró su propia sala, «Ángel del Abasto».
«Te podría decir que «Buscando a…» es ya casi una versión libre. Hice la adaptación hace veinte años y se fue modificando con el paso del tiempo. Para mí, Lucy, esta fan de Madonna que interpreto, es un retrato de la Argentina que ha cambiado mucho en las últimas décadas. Desgraciadamente, hay algo de la realidad del personaje que tuve que acentuar. Lucy es una chica que reparte estampitas de San Cayetano en los colectivos: esto es parte de mi elaboración, y que tenga un escape y una esperanza, también… El mismo sueño de parecerse a la cantante pop, es su propia salida, así como es su trampa. Y digo lamentablemente, porque la violencia se intensificó y la crudeza de la vida que puede llevar una chica en la calle, también.
Me di cuenta de que quedaba ingenuo el texto cuando lo reestrené el verano pasado (en el Paseo La Plaza), hasta inocente, por momentos, el entorno de esta adolescente. Y tuve que retocarlo… Además, hay una gran parte del espectáculo que improviso, hablando con el público. Esto surgió a medida que corrían las funciones. La obra la estrené hace veinte años en un marco teatral, después la hice en café-teatros en Madrid y alrededores, en Santiago de Compostela, en un espacio muy grande de la Universidad de León, España; en Buenos Aires cuando fue el atentado a la AMIA, en el SHA; y la he hecho en ámbitos muy chiquitos, tipo café-concert. Esto me dio la posibilidad de dialogar con los espectadores, desde el personaje de Lucy. Es una piba de dieciséis años que labura en los bondis, sueña ser como Madonna, vive en un monoblock de Lugano, su familia está quebrada por separaciones, complicaciones laborales, desocupación, y ha tenido pérdidas afectivas. Ese es el contexto, en un marco de humor corrosivo.
–¿Tuviste que adaptarla en cuanto al modo de hablar? Muy diferente hoy, del de hace dos décadas.
–Sí. Hubo muchos cambios. Lo hice también cuando la llevé a España. Es una práctica que tengo medio incorporada. Había palabras que ahora no se entienden o que pasaron a ser del lenguaje cheto, por ejemplo, y no las puedo usar. Todo eso cambió, no el trasfondo. El artista tiene una visión aguda de la realidad, las veinticuatro horas del día, todo el tiempo. Les digo a mis alumnos que cuando se decide serlo, ya la mirada no es inocente. Se vuelve más aguda. Entonces, para mí, es contante la observación.
La decisión de que Lucy reparta estampitas en el colectivo, la tomé un día volviendo del ensayo. No sabía cómo terminar el espectáculo y el final que me proponía Medina, que se suicidara, lo discutimos porque yo no estaba de acuerdo. Y quería salvarla…
Ideológicamente no podía apoyar esa idea y se la discutí. Regresando a casa, vi a una chica subir al bondi a vender cosas y me dije: eso va a hacer! La imagen de San Cayetano se relaciona con cierta esperanza de que la gente pueda trabajar y tener un futuro mejor.
La esperanza, a veces, no es una realidad ni se concreta lo que uno espera, pero sostiene el solo hecho de estar esperando. Siempre me llamó la atención que los judíos que marchaban a los campos de concentración y de exterminio, sabiendo a dónde iban, conservaban la esperanza. Los mantenía vivos, en ese presente. Su importancia reside en el tránsito de estar deseando otra cosa para sí y para los demás. Así se concrete o no.
Podemos cambiar el mundo o no, pero quién le quita al hombre la lucha por conseguirlo. Eso mismo nos mantiene vivos…
Por Eduardo Rouillet
FUENTE: diario Río Negro