Los representantes que poco después declararían la Independencia comenzaron a sesionar casi sin quórum y en un contexto internacional muy complicado, con la revolución rioplatense aislada y en la mira de una gran fuerza internacional.
FUENTE: Diario Infobae
A la caída del director supremo Carlos de Alvear le siguió la disolución de la desprestigiada Soberana Asamblea General Constituyente del Año XIII, acusada de complicidad con el régimen que acababa de desmoronarse. Un Cabildo Abierto convocado en Buenos Aires el 20 de abril de 1815 designó una Junta de Observación conformada por cinco ciudadanos notables de la sociedad porteña. Un año después, harían su ingreso por la puerta grande en la historia argentinaPedro Medrano, Esteban Agustín Gascón, José Mariano Serrano, Antonio Sáenz y Tomás Manuel de Anchorena.
De inmediato, esta Junta designó como director supremo interino al coronel arequipeño Ignacio Álvarez Thomas, responsable del golpe de Estado que terminara con el Gobierno del desprestigiado Alvear. Cumplido este acto, la Junta de Observación quedó a cargo de las funciones legislativas y de control sobre el Poder Ejecutivo, ante la falta de la fenecida Asamblea del Año XIII.
Al día siguiente, asumía sus funciones el joven coronel Álvarez Thomas. El 5 de mayo, la Junta emitió un estatuto provisional, a fin de que el director ajustara a esta norma su desempeño. El artículo 30 de este estatuto le ordenaba: «Luego que se posesione del mando, invitará, con particular esmero y eficacia, a todas las ciudades y villas de las provincias interiores para el pronto nombramiento de diputados que haya de formar la Constitución, los cuales deberán reunirse en la ciudad de Tucumán».
Cumpliendo esta norma, el director supremo interino convocó a elegir diputados al Congreso de Tucumán. Los cinco miembros de la Junta de Observación fueron elegidos congresales y, tiempo después, firmaron, junto a los demás delegados, el Acta de la Declaración de la Independencia.
El cuerpo se instaló el 24 de marzo de 1816, con la presencia de veinte diputados. Desde fines de 1815 habían empezado a llegar varios de ellos. Sin embargo, resolvieron empezar a sesionar únicamente cuando hubiera arribado un número significativo de congresales. La publicación oficial del órgano, El Redactor del Congreso Nacional, explicó en su primer número: «Se ha deseado vivamente para la instalación del Soberano Congreso la reunión de los representantes de todos los pueblos de la comprehensión de las Provincias Unidas, y habrían concurrido efectivamente, si libres aquellas del opresor de sus justos derechos hubieran podido elegirlos. Pero los que se han reunido, y que componen las dos terceras partes de los nombrados, han querido instalarlo sin pérdida de momentos, así para ocurrir del modo que esté a sus alcances a los inminentes males que amenaza el retardarlo, como para llenar los votos de los pueblos libres, que miran en el Congreso de sus representantes el único asilo que les queda, la única sagrada ancora de que asirse en el naufragio, en que ven expuesta su libertad, y el interés común de salvarse a toda costa».
En síntesis, consideraron suficiente contar con los dos tercios de los representantes presentes. Sin embargo, nunca aclararon cómo arribaron a ese número (veinte) y por qué el total de congresales sería treinta, para que comenzaran a sesionar con sólo veinte voluntades. En efecto,para la época de la Declaración de la Independencia había treinta y tres congresales electos (sin considerar los que hubieran correspondido a las provincias sometidas por José Artigas: Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y la Banda Oriental; las que faltaban del Alto Perú o el Paraguay). Eso quiere decir que los congresales presentes en Tucumán, a fines de 1816, comenzaron a sesionar con un número mínimo de representantes, que en absoluto alcanzaban a los dos tercios del total de congresales que debían integrar el órgano. El apuro y la ansiedad por comenzar a funcionar pudieron más que un mero prurito formalista.
El contexto internacional bajo el cual se reunía el Congreso no podía ser peor. Los realistas habían recuperado Chile luego de la batalla de Rancagua, hecho que tuvo lugar entre el 1° y 2 de octubre de 1814. Habían fracasado todos los demás movimientos revolucionarios en América Latina: México, Colombia y Venezuela. Napoleón Bonaparte fue definitivamente derrotado en Waterloo (18 de junio de 1815). Ello significaba que las tropas españolas que en la península lucharon contra las fuerzas francesas quedaban liberadas, a partir de entonces, para reconquistar a sus colonias americanas sublevadas. De hecho, existía la amenaza concreta de que una poderosa fuerza realista de diez mil hombres, al mando del general Pablo Morillo, desembarcara en cualquier momento en Buenos Aires. La caída de Napoleón significó también el colapso de todo intento republicano y la restauración de las antiguas monarquías en Europa, así como la conformación de la Santa Alianza, un acuerdo entre las monarquías absolutas para restablecer el orden anterior a la Revolución francesa. La revolución rioplatense estaba en la mira de una gran fuerza internacional.
A todo ello, el Ejército del Norte, al mando del general José Rondeau, acababa de caer derrotado escandalosamente en Viluma o Sipe-Sipe (29 de noviembre de 1815). Todo lo que se había recuperado del Alto Perú se volvía a perder ante las fuerzas realistas. Las provincias Oriental, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y Misiones se encontraban segregadas de hecho de la unión y, al mando del caudillo oriental José Gervasio Artigas, hostilizaban a las fuerzas patrias, sin aportar nada a la guerra de la independencia. La provincia de Córdoba, muy influenciada por Artigas, pese a haber enviado congresales, se mostraba distante y enfrentaba ferozmente a los diputados porteños. Como frutilla del postre, los portugueses invadieron la Banda Oriental a fines de abril de 1816. El Directorio nada pudo hacer al respecto, en razón de tener que concentrarse en cubrir la frontera norte, con Martín Miguel de Güemes y el Ejército del Norte; el flanco, ante un eventual intento realista de cruzar la cordillera y atacar Mendoza; y, finalmente, protegerse de la amenaza artiguista, en el litoral.
Al principio, cundía la desconfianza entre los diputados provincianos y porteños. Eran los más dignos y respetables de cada provincia, adictos a la causa americana. Por lo general, eran ilustres desconocidos en la escena pública, hasta entonces. Pocos de ellos habían destacado antes y, en su gran mayoría, volverían al ostracismo después de haber concluido su labor en el Congreso. No habían tomado parte del proceso revolucionario. No estaban preparados, ni tenían idea sobre administración ni gobierno. Desconocían nociones mínimas sobre el derecho público y gozaban de menor nivel intelectual que los miembros de la Asamblea del Año XIII. En palabras de Bartolomé Mitre: «Carecían de temple político, de claridad de propósitos y conocimiento de las exigencias de la revolución». Sin embargo, había, entre ellos, hombres de espíritu superior y todos estaban animados de buenas intenciones, pese a sus disidencias. Así pudieron sobrellevar las borrascas que se avecinaban.
Destacaban en el cuerpo los once sacerdotes que lo conformaban. Bartolomé Mitre menciona a algunos de ellos. De Antonio Sáenz (diputado por Buenos Aires), dice: «Reunía a una razón clarísima, la habilidad y la voluntad suficiente para influir en las deliberaciones de una asamblea».
De Fray Justo de Santa María de Oro (San Juan): «Alma angélica en quien los dotes del corazón y la cabeza estaban anónimamente equilibrados».
Fray Cayetano Rodríguez (Buenos Aires) fue el «cronista del Congreso». De Pedro Ignacio Castro Barros (La Rioja): asambleísta del Año XIII, fanático de la «doble propaganda política y religiosa».
Otros curas destacados fueron José Eusebio Colombres, José Ignacio Thames, Pedro Miguel Aráoz, Pedro León Gallo, Pedro Francisco de Uriarte y José Pacheco de Melo.
Entre los militares, se destaca Juan Martín de Pueyrredón (San Luis), veterano de las Invasiones Inglesas, notable precursor de la independencia, quien fuera gobernador de Córdoba, presidente de la Audiencia de Charcas, jefe del Ejército del Norte y triunviro. A instancias de José de San Martín será electo Director Supremo por el Congreso, hecho al que nos referiremos extensamente mañana, en la continuación de estas crónicas sobre los acontecimientos previos al 9 de julio de 1816.
Entre los hombres de armas, se encontraba también el coronel José Ignacio Gorriti (Salta): militar y letrado, «pensador profundo que había estudiado en los libros y en los hombres» (al decir de Mitre).
El cuadro se completaba con dos oficiales, que no llegaron a incorporarse: el salteño José Moldes, hombre apasionado y tempestuoso, a quien por sus antecedentes de violenta locura no se le permitió asumir, y el coronel mayor Juan José Feliciano Fernández Campero (Chichas). Era el famoso y legendario Marqués de Yavi, que, en razón de encontrarse defendiendo sus dominios contra los invasores realistas, nunca asumió su cargo.
Entre los dieciocho abogados que integraron el Congreso, los más destacados fueron: el veterano y eternamente soltero Juan José Paso (Buenos Aires) y José Mariano Serrano(Charcas): eran los escritores y oradores más notables, que fueron, en la primera sesión, elegidos secretarios.
A Pedro Medrano (Buenos Aires), Mitre lo calificó como «el remedo a veces algo grotesco de sus dos colegas». Teodoro Sánchez de Bustamante (Jujuy) era un prolijo y certero jurisconsulto. Tomás de Anchorena (Buenos Aires), «antiguo secretario de Belgrano, que tenía a la vez la ciencia de los abogados y de los clérigos y participaba de las preocupaciones de unos y otros», siempre según Mitre.
Francisco Narciso Laprida (San Juan), que tuvo la gloria de presidir la sesión del 9 de julio, era, según Mitre, persona de «hermoso carácter, honor de aquella democracia naciente».
Tomás Godoy Cruz (Mendoza): «Hombre de buen sentido, filántropo, inteligente y perseverante, que conocía los hombres y las necesidades prácticas de su época». Juan Agustín Maza(Mendoza), Mariano Boedo (Salta), Jerónimo Salguero de Cabrera y Cabrera (Córdoba),José Severo Malabia (Charcas) también eran abogados que conformaban el cuerpo.