¿Realmente existió la Atlantis?

La falta de pruebas de esta supuesta isla sumergida en el mar no ha impedido que la gente siga buscándola o insistiendo en que los arqueólogos están implicados en su encubrimiento.

En este mapa del siglo XVII, con la parte superior orientada hacia el sur, la Atlántida ...

Desde la tumba del Rey Tutankamón hasta los Rollos del Mar Muerto, parece que no hay nada que la comunidad mundial de arqueólogos no sea capaz de desenterrar. Entonces, ¿por qué no han encontrado aún la Atlántida?

Es una pregunta que se hacen a menudo arqueólogos como David S. Anderson, quien afirma que recibe preguntas sobre la isla continente perdida de Atlántida o Atlantis (en griego antiguo) y su supuesta existencia.

«Es mucho más habitual que la gente me pregunte sobre pseudoarqueología que sobre arqueología normal», señala Anderson, profesor adjunto de la Universidad de Radford (Estados Unidos) especializado en arqueología maya y mesoamericana.

Para Anderson y colegas, la respuesta es siempre la misma: nunca encontraremos la Atlántida porque es totalmente ficticia. Pero eso no ha impedido que la supuesta existencia de la isla (o continente) perdida despierte la imaginación del público y deje tras de sí miles de años de especulaciones y teorías conspirativas.

Inventar la Atlántida

Aunque la Atlántida es tema de películas modernas, su historia es obra del filósofo griego Platón, que presentó la isla en dos de sus diálogos socráticos (Timeo y Critias) del siglo IV antes de Cristo.

Platón la llamó Atlantis nêsos, o la «isla de Atlas», y no pretendía que representara el pináculo de la humanidad, sino que la civilización isleña fuera un complemento ficticio de la ciudad real de Atenas. En los diálogos de Platón, la Atlántida se presenta como un estado sofisticado que cayó después de que sus arrogantes dirigentes intentaran invadir Grecia.

En represalia por el ansia de poder de su pueblo, Platón cuenta que la Atlántida fue castigada por los dioses, al desencadenar desastres naturales que la hundieron en el mar y aniquilaron todo el poder que le quedaba

«Platón es un mentiroso», asegura Flint Dibble, arqueólogo e investigador Marie-Sklodowska Curie de la Universidad de Cardiff (Reino Unido). «Nunca afirmó que su pretensión fuera escribir historia».

Pero aunque los diálogos de Platón incluyen muchas pistas de que la ciudad era imaginaria (incluida la insistencia de los propios personajes del diálogo en que la historia era) la idea de la Atlántida ha alimentado la imaginación desde entonces, junto con las afirmaciones de que era un lugar real cuyos restos contienen pruebas de una civilización superior perdida.

Una estatua de Platón frente a la Academia de Atenas, en Grecia. En la Atlántida, el ...

Una estatua de Platón frente a la Academia de Atenas, en Grecia. En la Atlántida, el filósofo del siglo IV creó una parábola sobre el poder que se convirtió en la inspiración de innumerables expediciones infructuosas.

La Atlántida resurge

Cientos de años después de la muerte de Platón, la historia de la Atlántida empezó a resurgir primero en los escritos de filósofos cristianos y judíos, y después en obras especulativas de autores como Sir Francis Bacon, cuya novela La Nueva Atlántida se publicó póstumamente en 1626. En el libro, Atlántida es una sociedad utópica en una remota isla del Pacífico cuyos habitantes son cultos, humanos y profundamente cristianos.

En aquella época, los europeos se enfrentaban a un cambio radical en su visión del mundo, que se estaba expandiendo drásticamente con el aumento de los contactos entre europeos e indígenas en toda América y el Pacífico durante la Era de las Exploraciones.

«El mundo occidental estaba desesperado por comprender cómo podían existir nuevos continentes con habitantes, de dónde venían y cómo encajaban en la historia bíblica o clásica», cuenta Anderson, quien analizará el atractivo de la Atlántida en su próximo libro Weirding Archaeology (Arqueología Extraña). En lugar de reconocer que los pueblos indígenas podían haber desarrollado civilizaciones propias, señala Anderson, los europeos utilizaron la historia de la Atlántida como posible explicación de las estructuras y sociedades que encontraron en América.

Entre ellos se encontraba Charles de Bourbourg, un sacerdote francés que recopiló textos mesoamericanos y relacionó la civilización maya con una Atlántida real. Los escritos de Bourbourg inspiraron a Augustus Le Plongeon, un arqueólogo británico-americano que intentó encontrar la Atlántida en Yucatán a finales del siglo XIX.

Le siguió Ignatius Donnelly, un escritor y político estadounidense cuyo libro Atlantis: The Antedeluvian World (Atlántida: el mundo antediluviano), publicado en 1882, presentaba una teoría unificada de la Atlántida como un continente perdido que había sido destruido por el mismo Diluvio Universal descrito en la Biblia hebrea y cuyos habitantes, tecnológicamente avanzados y sobrehumanos, supuestamente habían dado lugar al nacimiento de civilizaciones modernas en todo el mundo.

«Utiliza la historia de la Atlántida para tratar de explicar toda la historia», dice Dibble, y casi todas las representaciones modernas de la Atlántida se hacen eco de la teoría sensacionalista de Donnelly.

¿Utopía perdida?

Los acólitos de estos teóricos de la Atlántida del pasado han buscado la isla perdida en el Mediterráneo, el Pacífico, el Atlántico e incluso en Escandinavia. Pero los buscadores de la Atlántida podrían haber ahorrado algo de tiempo, sugiere Dibble, si hubieran empezado (y terminado) su búsqueda en Atenas.

«Para empezar, la arqueología griega demuestra por qué la Atlántida no es un lugar real y por qué ni siquiera deberíamos buscarla«, afirma Dibble, que ha realizado extensas investigaciones en las antiguas ruinas de Atenas y está escribiendo un libro sobre el mito de la Atlántida. En los diálogos de Platón, el filósofo presenta la Atlántida como un antagonismo de la ciudad-estado de Atenas, pero ni siquiera las características geográficas de su descripción de Atenas concuerdan con el registro arqueológico.

«No es algo que tenga un núcleo histórico», manifiesta Dibble. La ciudad ficticia tampoco aparece en obras de arte de la época de Platón, lo que indica que la Atlántida fue producto de la imaginación del filósofo y no una creencia popular generalizada.

La conspiración que no fue

Sin embargo, la falta de pruebas históricas reales que sustenten la parábola de Platón no ha impedido que la gente continúe su caza e insista en que los arqueólogos ocultan al público pruebas de la ciudad perdida.

«La idea de que los arqueólogos oculten algo o no lo publiquen es ridícula», enfatiza Anderson. «Uno se hace un nombre en arqueología desafiando el statu quo«.

Tanto para Anderson como para Dibble, contrarrestar la extendida creencia pública en la legendaria isla, y las afirmaciones de una turbia conspiración arqueológica en torno a su ubicación, se ha convertido en una actividad secundaria de sus especialidades arqueológicas, desde los estudios biomoleculares de Dibble sobre isótopos en dientes de animales de la antigua Grecia hasta las excavaciones de Anderson en asentamientos mayas del Preclásico.

Ahora forma parte de la carrera de ambos hablar en contra de figuras como Graham Hancock, un autor y presentador de televisión británico que sostiene que los arqueólogos están encubriendo pruebas de que una civilización avanzada similar a la Atlántida existió realmente hace miles de años, y que sus residentes se dispersaron por todo el mundo cuando un cometa se estrelló contra la Tierra, desencadenando una inundación catastrófica.

«Si uno cree que el estudio del mundo antiguo consiste en resolver un enigma o desentrañar las pistas de un rompecabezas, está atrapado en un mundo de fantasía creado por escritores de ficción pulp«, afirma Anderson. «Es un mundo divertido en el que jugar, pero no es investigación arqueológica real».

Además, las afirmaciones sobre la Atlántida no son del todo divertidas. Las especulaciones del siglo XIX sobre la Atlántida ayudaron a inspirar las teorías raciales del nazismo, como la de que el continente era la patria de arios racialmente superiores. Y la insistencia en que una civilización perdida fue la responsable de las magníficas ciudades de la América precolonial resta importancia a los logros reales de los indígenas que las construyeron.

«No creo que todos los que creen en esto sean necesariamente racistas o supremacistas blancos, pero [el mito de la Atlántida] refuerza la supremacía blanca», advierte Dibble. Ambos estudiosos añaden que la búsqueda de la supuesta “isla perdida” socava el trabajo de los arqueólogos legítimos, cuyos descubrimientos en todos los continentes pueden pasarse por alto, ignorarse o no creerse debido a la fijación permanente del público en el imaginario.

«Cuando la gente se enamora de esta idea, es mucho más fácil dejar de creer en los expertos. Eso puede ser un entretenimiento para algunos, pero para otros es una puerta de entrada a teorías conspirativas aún más oscuras», lamenta Dibble.

La Atlántida era la mala

Si el público se interesa por la Atlántida, sugieren los estudiosos, quizá debería centrarse en otras partes de la antigua historia que aún hoy despiertan la imaginación.

Para Dibble, que estudia las respuestas de los pueblos antiguos al cambio climático en su época, los desastres naturales inherentes a la historia de la Atlántida demuestran lo fácil que es centrarse en las inundaciones o los terremotos en lugar de en amenazas climáticas más ordinarias, pero igualmente peligrosas, como la sequía y la inseguridad alimentaria. Y para Anderson, merece la pena analizar la historia que Platón realmente intentaba contar, en lugar de perder el tiempo buscando una isla que solo existió para demostrar un argumento filosófico.

«Según Platón, la Atlántida intentaba destruir la civilización. Era el villano de la historia de Platón», reflexiona Anderson. En lugar de obsesionarse con la posibilidad de que la isla existiera, agrega el arqueólogo, merece la pena volver a analizar la arrogancia de Platón y los peligros del poder incontrolado, temas que siguen resonando 24 siglos después de que el filósofo contara su historia por primera vez.

Fuente: National Geographic

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