El video que ofrecemos (Ver: El video de la semana) ejemplifica muy bien hasta donde puede llegar la impostura en cuanto a cierta pintura. No sólo de parte del que la hace sino, también, del que la mira. Para que exista una supuesta pintura debe existir un supuesto espectador y este último tiene el mismo grado de responsabilidad en el fraude que se ha vivido desde comienzos del siglo XX en las artes plásticas.
En las escuelas de arte nos enseñaron que teníamos que expresarnos libremente (en realidad los profesores no tenían ganas de enseñar). Es así como salió cada mamarracho que llamábamos arte por el sólo hecho de estar exhibido. Pero el equívoco no terminó ahí, se impuso la idea de que el espectador era el que debía interpretar la obra e imaginar su significado y el círculo se cerró, perfectamente. Toda pintura era válida y el espectador debía atribuirle cualidades de obra de arte.
Es como los expresa la crítica mexicana Avelina Lésper, cuando considera de que se instaló la idea de que «las escuelas de arte no son necesarias, ser artista es una actitud que se adquiere como ponerse unos zapatos, y el arte se designa. El arte no tiene valor de calidad, ni técnicas específicas, entonces tampoco requiere ser enseñado en una escuela».
Diga sin miedo “no me gusta”
Uno de los argumentos más reiterados de los artistas contemporáneos es que ciertos espectadores «no entienden» y si no entienden es porque «no saben» y eso es imperdonable en el mundo frívolo y snob del arte. En una inauguración nunca te atrevas a decir: «no me gusta», ¡eso es sacrilegio! Si no te gusta es por que no no entiendes y si no estiendes es porque eres un ignorante. Eso es lo que se dice.
Según Lésper: “Confunden creer con entender. Cuestionar a la obra es no entender. No piden que se entienda, piden que se crea que eso es arte. En el momento en que dejen de creer que eso es arte, dejará de serlo. Si no crees en el milagro, el milagro no existe. Esta actitud elitista: “Tú no entiendes”, margina al público, lo expulsa de los museos y le quita al artista la responsabilidad de las consecuencias de la obra. Si el público no ve en la obra lo que el concepto y el significado dictan es que es ignorante. El artista es infalible, nunca se equivoca. La sensibilidad del espectador es inoperante, el artista es intocable”.
Pero algo está cambiando. La gente ya se atreve a decir en voz alta “no me gusta” y esa expresión no es subjetiva o producto de la ignorancia. Muchas artistas contemporáneos confunden la experimentación con la obra. “Es un nuevo lenguaje” se suele decir como justificación, pero el resultado es deplorable. Y no gusta porque simplemente la obra es mala; objetivamente mala. A pesar del coro de aduladores que por miedo siguen diciendo lo contrario.
Por Rubén Reveco
Licenciado en Artes Plásticas